DEL AMOR AL ODIO

Eran poco más de las cuatro de la mañana. Su marido dormía suspirando confiado. Poco a poco, como pudo, toda magullada por la paliza con que aquella misma tarde él le había arremetido, se dirigió hacia la cocina. Con decisión cogió la sartén “tortillera” más grande que tenía y volvió hacia la habitación. Se detuvo unos instantes a su lado, cerciorándose que no erraría el golpe. ¿Cómo podía dormir tan tranquilamente después de lo que acababa de hacerle?. No había sido la primera vez. Hacía años que ella intentó salir de su silencio con el capellán de la parroquia, pero para sorpresa suya, este le dijo que debía entregarse a la voluntad de su marido. ¡Ahora ya estaba harta!. Sujetó con firmeza la sartén estirando el brazo bien arriba para tener la fuerza de impacto suficiente y en un santiamén, se la estampó en la cara.
A pesar de que esta es una historia en parte inventada, la realidad siempre es muy diferente y no acaba de la misma manera. Una vez más las noticias nos dicen que una mujer ha muerto asesinada por su propio marido. Dicen también que el miedo es libre; que a veces la persona maltratada se siente tan atada y dependiente de su marido, que no es capaz de dejarlo. También hay quien confía que todo es un problema pasajero, que quizá se deba a que el hombre ha tenido un mal día, que él no es así y cambiará. Pero ya se ve: las cifras de mujeres muertas a manos de sus maridos o parejas no paran de sumar.
Como hombre, lo cierto es que me cae la cara de vergüenza por esta muestra de cobardía haciendo uso de la fuerza bruta, que en realidad es la única cosa que hace que el nombrado “sexo débil” sea el femenino. El maltrato es así la máxima expresión de la cobardía y debilidad del hombre y el fracaso de una relación en la que no hay afecto, sino una dependencia malsana sobre otra persona. Quizá quepa mencionar que el verdadero amor nace de la confianza, la libertad, la comprensión, que es todo lo que falta en una relación en la que hay malos tratos.
Me atrevo a invitar a las mujeres a dejar plantado a cualquier hombre que muestre alguna clase de comportamiento petulante u hostil, por muy insignificante que pueda parecer, y en igualdad de condiciones, quizá una “sartén” en la cara mientras duerme le dará el toque necesario para que sinceramente cambie su actitud, pero por sí a caso y evitar represalias o no caer en el mismo delito, mejor armarse de valor y discretamente decirle adiós. Seguro que podrá encontrar profesionales que le ayudarán.
Ahora sólo queda preguntarse qué puede más: si el miedo a la muerte o el miedo a rehacer toda una vida, quizá sin trabajo, sin hogar y con la soledad. Pero seguro que con voluntad y decisión, encontrarán un nuevo camino.