PACTO DE CABALLEROS

A pesar de que la evolución tecnológica ha metido los caballos dentro de un motor y estos animales han pasado a formar parte de un hobby, el diccionario dice que un caballero es un hombre que se comporta con nobleza y generosidad, pero además, curiosamente en otra acepción, también dice que es una persona obstinada, que no se deja disuadir por ninguna consideración.
La mayoría de las relaciones humanas, por no decir todas, lo creamos o no, se mueven por intereses personales, a veces honestos, pero no siempre; a veces claros, pero también ocultos. Esa necesidad de asociarse se da para alcanzar lo que el ser humano no es capaz de conseguir por él mismo y cubrir las necesidades personales. Así, toda asociación humana es fruto de un pacto de intereses en el que se pone en conjunción lo propio y lo ajeno. El éxito de este pacto dependerá de la satisfacción de cada uno de los interesados y también la respuesta que de a las necesidades humanas y sociales del momento.
Esto son leyes de pura economía de medis que incluso se producen en el estado natural de otras especies: el caso más conocido se llama simbiosis, pero el ser humano ya lo valora todo con dinero. Dentro de este sistema de intercambio económico, también hay gente que no quiere dar nada a cambio o sacar siempre mayor beneficio, sin importarle nada el otro. Además, curiosamente vivimos en un mundo donde hay personas que tienen mucha capacidad para hablar y conducir a las personas hacia sus propios intereses, a menudo hiende uso de técnicas de manipulación que incluso pueden llegar a hacer sentir mal a las personas si no van por donde se les dice. Imperan y se imponen así los criterios, las necesidades o los intereses propios por encima de los de los otros. Son numerosos los errores que estas formas de actuar han producido a lo largo de la historia, pero por desgracia estos métodos aún continúan utilizándose.
Buscar el bien común por encima de las diferencias personales, sin imponer criterios, quizá es una herramienta por el momento aún utópica para nuestra forma de vida, pero que no dudemos que a la larga se producirá.
Por el momento, poniendo ejemplos, puede resultar ilusorio encontrar una persona que desee hacer un voluntariado de forma totalmente altruista. Es cierto que quizá le muevan ciertas inquietudes que lo lleven a querer hacer cosas por los demás, pero a a menudo también necesitará llenar su tiempo, relacionarse con otras personas, llenar su currículo, aprender unos contenidos, obtener reconocimiento, identificarse con una causa, o a la larga, cubrir la vacante de un puesto de trabajo... Si satisfacemos esos intereses personales, siempre obtendremos mayor implicación y también se notará en la calidad de la atención que pueda ofrecer a las personas necesitadas de esa labor voluntaria. Sino, estaremos aprovechándonos de esa persona como también lo pueda hacer cualquiera otra secta.
De la misma manera las personas trabajan por un sueldo, a menudo porque no tienen otro remedio y más si han de pagar la hipoteca o mantener una familia, pero también le damos al trabajo un sentido de autorrealización, con el que si hacemos una labor que nos gusta, con buen ambiente de trabajo, aprovechando nuestras capacidades, siempre rendiremos más que si estamos a disgusto. Así también el empresario necesita de los trabajadores para que le hagan el trabajo, dado que él no la bote hacer toda por sí mismo y no podría obtener tantos beneficios. Si el empresario es víctima de la ansia de riqueza, lujo, poder o posición social y no es capaz de reconocer y valorar el sacrificio de los trabajadores, es más propio del tiempo de la esclavitud que de una sociedad civilizada.
Igualmente vamos con unos amigos porque nos sentimos a gusto, porque nos aceptan como somos y nosotros también los podemos aceptar como son, porque compartimos aficiones, porque juntos lo pasamos bien, porque así tenemos compañía... Siempre hay algo de intercambio por el medio, por muchos que algunos se esfuercen en vender un altruismo desinteresado, el amor al prójimo, que ya no son otra cosa que utopías del mundo actual, con las ya ha perdido todo el valor aquello de “que Dios te lo pague” o “te ganarás el cielo”. Debemos tener claro que nadie nos dará nunca nada, por mucho que a menudo hacemos servir la palabra “gratis”.
Quizá todo acaba resumiéndose en “dad y recibiréis”. Está claro que de dar nadie se hace rico, y de recibir muy tampoco se alcanza la plenitud. Al fin y al cabo, todo es cuestión de un equilibrio, del que nosotros solo somos las piezas dentro de la totalidad del universo, donde debemos poner una parte de nosotros para recibir una parte de los otros.
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EL PODER DEL FÚTBOL

A mí no me gusta nada el fútbol. Es más, igual me da que pierda o gane un equipo o el otro. No me provoca la menor alegría, interés o emoción, tanto en una liga local como mundial. Sencillamente no lo entiendo. Un compañero dice que el ser humano necesita alimentar el sentido de pertinencia a algo mayor que el propio individuo, pero a mí no me ha contagiado la bacteria de la afición. También debo decir que si por ganar, al cortar el acceso en la plaza, deben pasar todos por la estrecha calle donde vivo tocando el “pito”, a menudo deseo que no ganen nunca y esto sí que es una emoción claramente manifiesta. Me irrita enormemente esa procesión de gente chillando, pitando, y haciendo toda clase de ruidos con los motores de sus coches, y más por la noche, cuando más me apetece encontrar paz y descanso en mi hogar para así poder madrugar al día siguiente. Debo decir que me alegra enormemente de que la gente tenga alguna satisfacción en su vida, pero tampoco creo que haga falta “hacer el borrego”. No entiendo porque manifiestan tanto su alegría provocando ruido y estorbando los otros durante horas. Mi perro piensa igual que yo. No para de ladrar ante los cohetes y los cláxones, cosa que aún alimenta más esa oscura faceta mía.
A pesar de esto, si que hay una cosa para mí digna de admirar en el fútbol: y es la pasión, la alegría y la emoción que es capaz de despertar en los aficionados, haciéndolos sentir, por ejemplo, los mayores patriotas ante el éxito de la selección; dejando las calles vacías para concentrarles delante de los televisores, como si de un toque de queda se tratase; haciéndolos a todos olvidar la política, el paro, la subida de los impuestos o la crisis. También crea ciertos momentos de hermanamiento para ver un partido, vistiendo una camiseta y compartiendo esa emoción que transmiten las jugadas y más si llevan al éxito. Me emociona ver a la gente plenamente satisfecha y feliz por unos instantes sólo con un simple juego. Eso denota la gran sencillez del ser humano.
Pero también resto mucho a su favor el hecho de que mucha gente aprovecha para surgir de la represión y la rutina de sus vidas, por ejemplo cuando arremeten contra los aficionados del equipo rival o cuando se dejan arrastrar y hacen gamberradas que atentan contra el orden y la limpieza de las ciudades... Así también, por ejemplo, la semana pasada un aficionado, ondeando la bandera nacional en medio de la calle, como si de un torero delante del toro se tratase, casi tumba a mi mujer cuando volvía hacia casa en la moto a las diez de la noche después de acabar de trabajar. Literalmente la toreó. Menos mal que no le hizo una estocada. En este sentido, es un consuelo pensar que mañana ya se habrá acabado todo y la vida volverá a su rutina, a su calma.
Pero al fin y al cabo, no escribo para hacer una critica, a pesar de que me he dejado arrastrar, viendo que pasan ya de las doce de la noche, continúa ese paso de coches y gente gritando y el sueño me vence. Me hace pensar que a pesar de las circunstancias adversas la gente puede ser feliz y la felicidad no es una cosa que nos puede venir de fuera, sino que nosotros somos capaces de sacarla de nuestro interior. Quizá sólo necesitemos un estímulo externo. Seguramente si pusiésemos la misma alegría, ganas, ilusión, hermanamiento... en las actividades de la vida diaria, crearíamos un gran cambio en nuestro entorno que podría contagiar a mucha gente, que quizá no duraría lo que dura una liga, sino toda una vida.
Pero es triste que a pesar de la alegría de haber ganado una copa del mundo, se vea nuestro país como un lugar en el que no entenderemos de política o no se invertirá en puestos de trabajo, pero lo que es en fútbol, entendemos e invertimos mucho, porque la ilusión que pueda traernos será siempre muy efímera.
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CON UNA MANO DELANTE Y OTRA DETRÁS

Es un buen muchacho. Es una persona trabajadora y con nobleza. Estaba casado con una mujer que no trabajaba y a la que él le proporcionaba todas las comodidades haciendo entrar en casa todo el dinero que podía, que es lo que en realidad demandaba de su marido. Él trabajaba en una fábrica de calzado y también haciendo horas en la hostelería. Ella, además de tocarse la tripa, presumía delante de las amigas de aquel nuevo bolso, de las gafas de diseño, de aquellas vacaciones en un crucero, de su manicura,... Después tuvieron dos hijos: una chica que ahora es adolescente y un chico que aún está recurriendo la infancia.
Cuando el marido llegaba en casa después de trabajar, quería la casa limpia y la comida en la mesa. No siempre lo encontraba hecho. Eso le enrabiaba y reprendía a la mujer por su dejadez, pero ella aún le ponía los hijos en contra para defenderse de su escasa dedicación a la familia.
No hubieron excusas cuando su mujer conoció a otro hombre, un vividor que tenía a la mujer hospitalizada y con un estado de gravedad crónica y de la que cobraba una pensión. En el pueblo era un conocido holgazán. Pronto se fueron a vivir juntos. La gente se hacía cruces ante aquel cambio.
A él no se le ocurrió otra cosa que refugiarse en el alcohol y sacar de dentro todo el rencor que pudiese guardarle a su mujer. Y así, adentrándose poco a poco en el mundo de la desesperación, fue juzgado y alejado de su mujer, debiendo pasarle una pensión para mantener sus hijos. El pequeño se fue con la madre, porque aún no se percataba de todo i lo podrían reconducir. La hija adolescente se fue con un tío. No obstante, su mujer se llevaba toda la pensión que exigía puntualmente.
Él después se quedó sin trabajo y empezó a tocar fondo cuando se refugió en un piso de alquiler, del que ya no salió por su propio pie. Los bomberos le sacaron alertados por la vecina que quería cobrar el alquiler y no observaba ningún movimiento, alegando que tampoco lo había visto muy bien de salud tiempo atrás. Cuando esperaban encontrarlo muerto, lo encontraran aún con vida, pero en estado catatónico, esperando pacientemente la muerte, abandonada ya toda ilusión y deseo de vivir.
Se recuperó, a pesar de que le quedaron extrañas secuelas en la vista. Intentó rehacer una nueva vida en otro lugar, pero le tiraban los hijos y sólo pudo ver su hija de vez en cuando. Todos le recomendaran que no volviese al pueblo, que rehiciese su vida lejos del pasado, alegando que el trabajo también estaba mal.
Ahora vive en una rutina intentando subsistir y encontrándole poco sentido a la vida, porque el trabajo también está mal. Está lejos de todo, y a veces no puede comer mas que pan, dado que los ingresos son escasos y debe pagar una manutención y un alquiler. No sabe cómo enfrentar el futuro ni tampoco buscar el apoyo que necesitaría, sólo vive como también lo puedan hacer las plantas, esperando alguna gota de agua, una brisa...
Así, viendo el desamor y una muestra de algunos de los problemas cotidianos de bastantes personas, quizá hay que plantearse si vamos a dejar que la situación vaya a peor en la sociedad actual, dejándonos arrastrar por las corrientes, las modas, la falta de responsabilidades, la dejadez, los bienes materiales, el abandono… o quizá empezar a hacer un nuevo cambio en nuestras relaciones con las personas con quien compartimos determinados tramos del camino de la vida.
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NIDO DE BUITRES

Había una mujer viuda y que no podía tener hijos, que se volvió a casar con un hombre que también era viudo y tenía un hijo. Así volvieron a formar una buena familia, a pesar de que corrían tiempo difíciles y aquella mujer también debía trabajar muchísimo para pagar la casa que se habían comprado, porque su marido también estaba delicado y las pensiones aún no habían sido inventadas. El hijo creció y también se casó. De aquella nueva familia nació una hija, que también creció.
No se saben los motivos por los que la vida da más garrotazos a unas personas que a otras, incluso siendo buenas personas, así que la vida hizo que aquella mujer volviese a enviudar. Sola en su casa, con el dolor y la nostalgia por esta otra pérdida, enfermó. Detrás de la operación, el mismo día en que le dieron el alta del hospital, le esperaban su nieta y su nuera exigiendo la herencia que correspondía a su hijastro. Aquella mujer debió pagarle la mitad de lo que valía su casa, solo por el hecho de haber compartido algunos años de su vida con un hombre que tenía un hijo. Este hijo callaba ante de las exigencias de su mujer y la hija, porque no tenía valor de decirles nada o porque también se beneficiaba.
Acabando de salir del banco, la mujer viuda le decía a su hijastro que no había derecho por cuanto le habían hecho, y les hizo la cruz a aquellas dos mujeres, por mucho que el hijo ahora abriese la boca para decirle que debía olvidarlo todo, que no eran tan malas personas.
La mujer viuda tiene muchos, muchos años, pero conserva una lucidez como pocos, y también una fuerza con la que va al mercado para comprar las pesadas botellas que el hijastro se bebe cada día, antes o después de salir de los bares. Ahora la visita cada día, y más desde que murió una sobrina a la que la mujer viuda cuidó como una hija y con la que había obtenido el apoyo y las satisfacciones que no había tenido nunca por otra lado. Él continúa casado con la misma mujer, a la que quizá ve algún día a la hora de comer, porque ella siempre se va con las amigas y así el hombre pasa muchos días solo. Seguro que duermen en camas separadas y también está esperando la otra parte de la herencia, con la que heredaría una vez y media más de lo que en realidad podría haber heredado.
Ciertamente viendo situaciones como estas podemos ir haciéndonos una idea del mundo en que vivimos y el panorama que nos espera. Y siendo que la cosa no mejora, dado que cada uno vive mirándose su propio ombligo, lo más lógico es pensar que este mundo vaya a peor. Así que quizá hay que hacerse el haraquiri antes de que los intereses o caprichos ajenos predominen sobre los nuestros y consecuentemente nos salpiquen y nos hagan más daño.
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