ZONA CERO

Cuando una bomba nuclear impacta en un lugar, este punto en el que la destrucción es mucho más grave se llama zona cero, a pesar de que la radiación y los efectos destructivos llegan mucho más allá. En el Medio Año Festero el centro de nuestra ciudad se convirtió en esa zona cero, en la que podíamos encontrar los efectos de la destrucción del civismo en forma de basura por las calles, vasos por encima de los coches o los portales, vómitos y meadas por todas partes, o incluso alguien durmiendo en un portal.
Yo también volví a casa bastante tarde y me sorprendió ver que la calle donde vivimos se había convertido en toda una discoteca, en la que había música que salía de algún local de alquiler y en la esquina bajo de mi casa, se congregaba más gente que en la manifestación de una huelga general. Lo cierto es que había un ambiente que casi invitaba a quedarse y ver qué sucedía o como se desarrollaba la noche en aquel lugar, pero quizá lo más sorprendente fue encontrar a la gente improvisando su propio lavabo por aquí y por allá, entre dos coches o en cualquier otro rincón, aireando la sardina o la concha sin demasiado pudor. Eso si que era un espectáculo que ni las mejores "Go-go" o "strippers" serían capaces de reproducir dentro de una discoteca.
Lo cierto es que me sorprende bastante ver esas muchachas todas bien vestidas y pintadas con tanto "glamour" como si a una cena de gala fueran, que después en cualquier rincón, que siempre queda más a la vista que meterse dentro de un lavabo, no dudan en bajarse las bragas con una facilidad desvergonzada y despatarrar las piernas para dejar ir el agua de mar. Los chicos parece que lo tienen más fácil y ellos amorrando el cañón en cualquier portal lo tienen arreglado en unos pocos segundos sin necesidad de desvestirse ni airear el culo también. Después con dos sacudidas y frotándose las manos como si se acabaran de poner colonia, todo queda arreglado.
A veces ver estas cosas es más entretenido que mirar la televisión, porque el espectáculo aún puede ir más allá, como por ejemplo, al ver alguien atacado por la diarrea, que al lado de un árbol, suelta unos caldosos resoplidos intestinales que parece salpicaron el calzado, dado que acabó refregando los zapatos por unas hierbas, porque realmente no creo a que estuviere sacándoles brillo. Cómo se las apañaría para enjuagarse las manos o limpiarse el culo, es una incógnita que me atrevo a dejar en el aire. Si después alguien le dio la mano, ya es cosa del otro.
Así, desde el centro, el impacto se podía encontrar mucho más allá, llegando hasta el río, donde también grandes bandadas se congregaban alrededor de cualquier banco, teniendo más botellas que en una licorería, que una vez acabada la fiesta, tampoco tienen la consideración de recoger, y que incluso, llegan a romper. Menos mal que los servicios de limpieza actúan de manera eficiente incluso los días de descanso.
Puede resultar un poco triste ver lo que muchos jóvenes nombran diversión, que consiste al juntarse por ejemplo en un banco a la intemperie, los que puedan sentarse en él, con un montón de bebidas alcohólicas y sin muchos más alicientes que no sean coger un buen pedo, hacer ostentación de valentía y desafío a todo tipo de orden o hablar de cosas banales, pero bueno, confiemos que a la larga, lleguen a ser gente de provecho que no caiga en los errores de quienes los precedieron y que esta falta de civismo no sea una tendencia que perdure.
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ADIÓS AMIGO

Hace unos días nos dejó un amigo. A pesar de que él no tuvo una vida fácil o con grandes éxitos, sino que más bien hizo sufrir un poco a la gente de su alrededor, debo decir que yo no conocí de él este pasado, sino que le conocí en un buen momento de su vida, quedándome ya el recuerdo de su sonrisa o el sentido del humor y viendo también que el cambio siempre es posible con un poco de voluntad. No pudimos gozar de su presencia demasiado tiempo, porque lo cierto es que ninguno de nosotros iba a imaginar que el cáncer pronto acabaría con él, pero en ésta recta final, a mí me sorprendió la valentía con la que enfrentaba su enfermedad, de la que era plenamente consciente, sin perder el ánimo, la esperanza o un envidiable sentido del humor, dadas las circunstancias. Cuando pensábamos que con aquel talante tenía más posibilidades de vencer, de repente se fue sin pena ni gloria, sin que nos pudiésemos despedir.
Pienso que en su última etapa de la vida se pudo reconciliar con sus hermanos, que con suerte permitieron ver el cambio y la mejora en su vida y le acompañaran en su final, pero son muchos los compañeros que le notamos a faltar y a alguno le sabe mal no haber podido visitarlo en el hospital, porque el proceso también ha sido bastante rápido. También le notarán en falta quienes compartían con él algunos momentos en la cafetería o el bar.
La muerte es la gran incógnita del ser humano, de la que todo el mundo quiere retrasar su encuentro, cosa que nunca conseguiremos por mucho que pensamos lo contrario. Generalmente la asociamos a tristeza, separación, pena o dolor, porque tampoco asumimos que la muerte es también la consecuencia de la vida.
Así, la vida de todo el mundo acaba de la misma manera, cogiendo a ricos y pobres, buenos y ruines, sin olvidar a ninguno y haciéndonos dejar atrás todas nuestras posesiones, creencias y recuerdos. Y cuando nos toca de cerca, reaccionamos como si no la hubiéramos conocido nunca. Así la vida es un punto en el tiempo, por tanto debemos disfrutarla mientras dure y no malgastarla sin sentido. Se puede añadir que el que distingue a uno de los otros es como vivió y como murió. También hay que saber que entregarse a las diversiones no equivale a saborear la vida.
Un filósofo dijo que hay quien opina que la vida falta de valor porque tiene un final, pero que también se puede pensar el contrario: que si la vida no tiene un final, también pierde valor, es decir, en cierta medida, el peligro constante de perderla es lo que nos permite darle valor. Pero quizá también hay que señalar que la responsabilidad de todo ser humano debe ser aspirar a hacer algo de provecho, haciendo que este sea un mundo mejor que el que encontramos y eso es en gran medida lo que le dará valor y sentido a nuestra vida.
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CABRAS POR CAMELLOS

Ayer estuvimos hablando con unos amigos de nuestro viaje de bodas y algunas de las cosas que más recordábamos era el regateo que debimos sufrir a la hora de comprar cualquier cosa. Los productos no tenían un valor real, sino un valor de necesidad o deseo. Es una cosa que me recuerda al intercambio de bienes o trueque que ya hace siglos quedó atrás con la aparición de la moneda.
Precisamente las primeras formas de comercio entre los hombres consistieron justamente en el intercambio de productos mano a mano: lo que un tenía y no necesitaba, se cambiaba por lo que el otro tenía y no necesitaba. Dicen que la primera condición para que exista intercambio de bienes es la capacidad de producir excedente. El excedente es una parte de la producción que no se necesita consumir y es lo que permitió emprender el hábito de intercambiar productos. Pero también para que exista el intercambio entre individuos debe existir previamente la institución de la propiedad privada.
El desarrollo de nuevos bienes de consumo y el crecimiento de la actividad comercial demostró que este sistema era poco práctico: en primer lugar porque no siempre el otro necesitaba lo del que un disponía. En segundo lugar, también era un problema determinar cuál era el valor exacto de los productos a intercambiar. Para resolver estos primeros problemas los hombres buscaran un producto de referencia: los valores de todas las mercancías se establecerían basándose en ese producto. Esa referencia es el primer paso en la historia de la moneda, que es un elemento intermedio que sirve para facilitar los intercambios.
Sin duda fue todo un gran avance, pero con el tiempo estamos percatándonos que este sistema monetario también empieza a traer sus problemas, principalmente derivados de la aparición del lucro. Las necesidades de las personas están más que cubiertas y para que haya consumo, es necesario crear nuevas necesidades. Cuando un recurso abunda, tampoco es lucrativo, así, para poder lucrarse, igualmente es necesario crear una escasez, aunque esta sea artificial, es decir, inexistente. Incluso llega a producirse un excedente que acaba destruyéndose.
Así la tecnología caduca para alimentar el consumo. Tampoco interesa vender carne de calidad, sino producir mucha cantidad de carne que vender. Si las alteraciones químicas de los alimentos no producen enfermedades, no es necesaria la química para curar. Siempre predomina el lucro y el interés sobre la verdadera necesidad, eso motiva engaños, especulación y abusos que provocan que unas personas tengan mucho y otras muy poco. Con el dinero también se crea la deuda de unos sobre otros. Entonces no hay honradez ni valores humanos, predominando el lucro por encima de la persona.
La crisis es sólo el principio de un estallido que debe traer cambios, y como en todos los cambios a lo largo de la historia, el que no se adapte, parece que acabará quedando atrás, porque en un intento de sobrevivir, son pocos los que acaban tendiendo la mano a los otros.
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EL DÍA QUE PISARON LA LUNA

Hace mucho de tiempo, había un hombre llamando al timbre y no le abrían la puerta. Quería cobrar unos recibos y dada la insistencia de aquel hombre, sin dar ninguna explicación, la madre acabó diciéndole a uno de sus hijos que se acercara a la ventana para decirle que su madre no estaba. La misma escena se repitió en otras ocasiones. Una situación semejante también sucedió cuando una mujer le dijo a su marido que aquel televisor nuevo lo habían obtenido como premio por comprar una determinada marca de galletas para su hijo o que la nueva lavadora casualmente también la habían ganado en una rifa. Quizá las adquisiciones de una mujer las pagaban los recibos pendientes de la otra.
De la misma manera, el político le dijo a aquel hombre desesperado a que se pasara por su despacho y él le daría un puesto de trabajo que en realidad no tenía, pero nunca le dijo donde encontrar el despacho o si realmente podría llegar hasta él. Solo se libró de una situación incómoda.
Una vez más el marido llegaba tarde en casa diciendo que venía de trabajar, cuando en realidad acababa de ver a su amante. Un hijo también le decía a su madre que no podría verla aquel día porque estaba muy ocupado, cuando en realidad no le apetecía mucho ir a visitarla. Una madre que compraba teléfonos compulsivamente le decía a su hijo que se los habían regalado. También una chica hablando con sus amigos decía ser amiga de la famosa cantante que en realidad no conocía, pero que hizo que todos le prestaran más atención en la conversación.
Lo que pueden parecer escenas de una u otra película acaban reflejando la cantidad de mentiras que tenemos a nuestro alrededor. Con algunas de ellas nos lavamos la conciencia diciendo que son mentiras piadosas que son utilizadas para evitar un mal mayor y que acaban dando la razón a quien dice que el fin justifica los medios. Pero en realidad no dejan de ser mentiras y no son más que peligrosas trampas para la conciencia, que a veces pueden acabar impermeabilizando y haciendo de la mentira un hecho demasiado habitual en nuestras vidas.
Pienso que los fundamentos que nos hacen utilizar las mentiras son la falta de confianza, el miedo, la falta de comunicación, el deseo de protagonismo... que en realidad acaban construyendo peligrosos puentes con maderas carcomidas que nos pueden hacer caer a nosotros mismos en un precipicio y que también pueden arrastrar a otra gente.
Pero como dicen, antes se coge a un mentiroso que a un cojo.
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EL PRECIO DE LA VOLUNTAD

Caminaba un día por la calle y me encontré a un hombre que apelaba a mi voluntad para poder dar de comer a sus numerosos hijos aquel día. Sin pensarlo demasiado, le asigné un valor a mi voluntad en forma de tres monedas, creyendo que quizá, mi aportación iba a ser invertida en otros menesteres que no fuesen la alimentación de unos hijos desolados y hambrientos.
Le di de comer sin haberle enseñado a pescar. Aquel día el mundo iba a continuar igual que el día anterior y que el anterior del anterior, porque tú, te habías topado ya con aquel hombre u otro parecido en otra ocasión. Los dos hicimos lo mismo.
Otro día, tu y yo nos encontramos y sin saber cómo, surgió el tema: los dos teníamos clavado el aguijón de aquel hombre que pedía comida. Protestamos ante las autoridades; lo denunciamos en la radio y la prensa: “Hay un hombre que hoy tenía dificultades para dar de comer a sus hijos”. Pero todo se quedó en oídos sordos. Nadie nos dio solución alguna. Mi vecina viuda quiso apoyar nuestra causa; después se apuntó un joven universitario. Llegamos a ser siete los preocupados por aquel hombre. Lo buscamos un día y otro y otro más, pero no apareció; aunque en el camino, encontramos a cuatro más como él, que además de no tener para comer, tampoco tenían donde dormir. Tres de nuestros compañeros se marcharon decepcionados por un sistema en el que ya no creían. Por nuestra parte, con un garaje, unas mantas y un cocido, los “sin techo” comieron aquel día y durmieron a salvo de la lluvia. A la noche siguiente había más bocas que alimentar y más calor que ofrecer.
Nadie nos había pagado; lo hacíamos por propia voluntad; porque nos preocupaban los demás; porque nos aburría un mundo siempre igual de acomodado; porque le pedíamos algo más a la vida.... Era necesario hacer mucho más, aunque carecíamos de recursos. Un empresario se solidarizó con nosotros y tras algunos trámites, aquel tres de marzo se creó nuestra asociación.
Vimos que a nuestro alrededor estaban surgiendo otras asociaciones de voluntarios preocupadas por los discapacitados; por los ancianos; por las mujeres maltratadas; por los inmigrantes; por los enfermos de alzheimer; por los niños marginados... Por aquel entonces empezaba a estar de moda ser voluntario.
Poco después, nos dimos cuenta de que mi vecina tenía nuestra compañía; el universitario llenó su curriculum; al empresario le desgravaron en los impuestos y tuvo prestigio social; y yo... me sentí a gusto conmigo mismo; pero entre todos, le pusimos un parche al sistema capitalista, que por supuesto, apoyaba toda labor voluntaria.
Pasaba el tiempo en forma de semanas, meses, años. Yo me cansé y no encontré un relevo para llevar mi testigo. La vecina enfermó. El universitario encontró novia y se fue a buscar trabajo y el empresario prefirió invertir en bolsa.
Parece que ser voluntario ya no estaba de moda. ¿Dimos nuestra voluntad o alimentamos nuestros intereses?.
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