INTEGRACIÓN SI, PERO HASTA AQUÍ


Recuerdo que cuando empecé a trabajar en el ámbito social lo hice con ilusión, creyéndome de verdad aquello de la integración y ser como una especie de superhéroe para ayudar a los demás. Así pues, no dudé en llevar a mi casa a las personas que estaban necesitando de los servicios de una ONG, que estaban fuera de su entorno, que tenían diversos problemas en sus vidas y que eran tratadas desde detrás del muro de la caridad y la compasión, marcando la diferencia entre el “tu” y el “yo”, el “usuario” y el “profesional”. Compartí alguna cena o les dejé unas bicis para hacer una excursión.
Pronto me dijeron que aquello no era profesional y padecí las consecuencias de aquella decisión inicial cuando estas personas acudieron a mi casa buscándome a horas intempestivas. Me lo pasé por mis manos. Por este motivo pensé que tenían razón, que no era profesional y dejé de hacerlo. Aparecieron los móviles y cometí el mismo error. Les di mi número de teléfono por si necesitaban localizarme y vaya que lo hicieron, a las 3, las 6 de la madrugada… Algunos para expresar su enfado, otros porque no tenían a nadie con quien hablar o en quien confiar. Tuve claro que con apagar el teléfono, poner el modo avión o contestar sólo si de verdad lo quería zanjaba el problema, pero admito que me apetecía descolgar el teléfono y saber qué pasaba, aunque fuese una tontería de lo más absurda y me molestase por las horas de comunicarla.
Tampoco me importó presentarles a mi familia, que hacen quien soy, que me dan apoyo, que me proporcionan calor y una alegría que me gusta compartir, pero nuevamente me volvieron a decir que tampoco era profesional y aquí no me dieron explicaciones porque no llegó a tratarse abiertamente el tema. Pienso que quizá sea por aquello del secreto profesional, cuando son personas que han estado de profesional en profesional contando todos los pormenores de sus vidas y estas son como ese secreto que comparten con nosotros diciéndonos “no se lo digas a nadie” pero que realmente acaba sabiéndolo todo el mundo. Mi familia y yo no tenemos nada que contar sobre sus vidas porque ya tenemos bastante con las nuestras.
También he de decir que soy persona emotiva, que hablo alto, directo y claro y esto admito que es uno de mis mayores defectos o rasgos de la personalidad que me afectan a nivel personal y profesional. Así, en algunas ocasiones he levantado la voz a esas personas que atendía cuando no estaban haciendo bien las cosas porque yo me esforzaba, no sabía que más hacer por ellos y me sentía dolido. Esto tampoco era profesional.
A menudo he dejado a mi familia y mi vida personal para llevar a estas personas con mi coche al trabajo que acababa de salirles en una población vecina, para recogerlos de la estación o permanecer en la sala del hospital esperando saber de ellos, incluso cuando alguno se estaba disponiendo para dejar este mundo y ahora cuestionaban si se estaba aprovechando suficientemente mi horario.
Igualmente me pidieron que fuese honesto, que dijera si realmente era rentable mi tiempo de trabajo, precisamente a mí, a quien la inactividad le corroe, que no se me da bien estar parado, que perfectamente he sido capaz de trabajar once horas en una fábrica metalúrgica y sé lo que es trabajar de verdad; que he estado a gusto con compañeros que se relajaban más en sus tareas y esto me permitía hacer más a mí.
Después de tantos años, me han cuestionado si me importan las personas. Si se pueden permitir estos errores. Me duele. Ahora me pregunto acaso si ser profesional es ser alguien frío, inhumano, distante, que marca límites y barreras y a su vez paradójicamente dice creer en la integración, porque si es así, creo que prefiero ser persona antes que profesional.
Y para colmo, han sabido decirme esto con muy buenas palabras, muy asertivamente, de manera verdaderamente profesional, no como yo, que no habría sabido decirlo sin ponerme nervioso, sentirme molesto y levantar la voz. Ahora también me pregunto para qué sirve la asertividad si no conocemos a la otra persona.
Me apasionaba mi trabajo. Ahora pienso que debo buscarme otras pasiones.
Me parece que vivimos en un mundo lleno de contradicciones y eso de la integración es otra más de las excusas que como el fútbol, la política o la religión sirven para mover mucho dinero.
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