EL SECRETO

A veces quizá hay cosas que estamos deseosos de contarle a alguien pero tampoco queremos que otra gente lo sepa. También puede darse el caso de haber hecho algo mal que igualmente no queremos que nadie más conozca. En cualquiera de los casos, nos encontramos con el misterio de las cosas ocultas del ser humano, que deambulan en la mente como grandes secretos, pero que quizá tarde o temprano acaban escapándose de sus prisiones.

Quizá a menudo nos podemos encontrar a alguien que nos dice algo que nos pide que no le digamos a nadie, y curiosamente, parece que tarde o temprano, más gente de la que nos pensamos acaba sabiendo esa cosa desde la sombra, sin que en apariencia ninguna persona más lo sepa; a veces también porque la misma persona que nos pedía que no se lo contásemos a nadie, es la primera que va diciéndolo a otra gente, igualmente en secreto; o también porque nosotros mismos lo compartimos en confidencia. ¿Porque nos cuesta tanto callarnos las cosas?. Quien sabe si es el lenguaje y nuestra capacidad de hablar algo que nos domina y es más fuerte que nosotros mismos y nuestra propia voluntad.

Pero de alguna manera, también parece que nos gustan las murmuraciones y hablar de las cosas desde la sombra, dando un aura de secreto y misterio, como si fuésemos viejos narradores que van transmitiendo la historia o el saber con la tradición oral, antes de que surgiese la escritura. Hay quien las desprestigia diciendo que todo esto son chismes tan condimentados de boca en boca, que poco tienen que ver con su “sabor” original, pero conocido es por todos el refrán que dice “cuando el río suena, agua lleva”.

Si realmente quieres que una cosa no se sepa, empieza por no decírsela a nadie; si nunca quieres que se sepan cosas que has hecho mal, en lugar de tener que esconderlas después, empieza antes por no hacer nada que se pueda tildar de inmoral, corrupto,...  Porque como se dice en alguna parte: “nada hay encubierto, que no deba ser manifestado; ni oculto, que no deba saberse”.

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LLAMADA INESPERADA

La muerte. Hablar de ella eriza el vello a muchos, quizá porque de su llamada nadie escapa y de viajar en su compañía, tampoco se regresa. Llegada la hora de la muerte, la mayoría se dejan llevar en la inconsciencia de su dolor o perdidos en el mar de la demencia. A los más afortunados, se les presenta en la dulzura del sueño. A otros les sorprende de forma trágica, sin posibilidad de reaccionar. También hay a quienes les viene lentamente, en la larga agonía de una enfermedad o con el desfallecer del cuerpo a lo largo de los años.

Todos conocemos sus visitas y esperamos que venga lo más tarde posible a visitarnos a nosotros mismos, sin acabar de asumir que la muerte es también la consecuencia de la vida.

Quizá, cuando más nos sorprende, es cuando llama a alguien joven, en la flor de la vida; pero esta sorpresa nunca se acompaña de ilusión y alegría, sino más bien del llanto más amargo, la tristeza más oscura, la honda desesperación, el vacío desgarrador que golpea o atormenta a quienes la trajeron al mundo, a la pareja, a los hijos, a los amigos, a los compañeros de trabajo... Ante situaciones así, algunos nos hablan de una vida eterna; de los ángeles que la acogen en sus brazos; de reunirnos dentro de un tiempo con ella en un lugar maravilloso llamado cielo... ¡Quien sabe!. Otros alimentan su recuerdo para que siga entre nosotros.

Así, a modo de homenaje, tratando de inmortalizar el recuerdo de quienes la conocieron mejor que yo, recojo algunos de sus mensajes de despedida:

“No estéis tristes por que se ha ido, estad felices por haberla conocido.”

“Estamos aquí de paso. La gente llega y después se va y en el viaje de la vida lo único que cuenta es el tiempo pasado con la gente que te importa”.

“Allá donde estés te doy las gracias por haber entrado en nuestras vidas dejando huella”.

“Siempre estarás en nuestra memoria, con el deseo de que siempre te recordemos con tu preciosa sonrisa”.

Dicen que mientras se nos recuerda, somos inmortales... Pues hoy puedo decir que habrá personas que vivirán eternamente”.

“Diana: nos dejas un vacío en el corazón, ya que no te volveremos a ver, pero estarás dentro de todos y cada uno de nosotros. Parte de ti esta en nuestras almas, y podemos asegurar que no te has ido... ya que mientras te recordemos, nunca dejaras de existir”.

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DESVALORIZACIÓN

A pesar de que todo está relacionado, no hace falta hablar de la pérdida de valores humanos que tanto preocupa a unos o la caída de la bolsa que preocupa más a otros, porque al fin y al cabo, esas pequeñas cosas forman parte de un todo mayor y cuando una pequeña parte se desestabiliza, todo es cuestión de tiempo que tarde o temprano afecte al resto. Así, en los últimos tiempos, estamos viendo cómo está perdiendo valor todo aquello en lo que se asentaba nuestra sociedad: la familia, la educación, el trabajo, la economía, la moda, el saber, las tradiciones, la fe, la cultura...

Podemos estar fijos en una gran empresa y que esta acabe hundiéndose y quedarnos sin trabajo igual que si tuviéramos un contrato temporal en cualquier otro lugar. Igualmente podemos pensar que gozar de una plaza fija de funcionario de la administración es un seguro indestructible, pero tampoco acabará siendo así. Primero empezaron con la congelación de salarios, después con las reducciones en las nóminas... De la misma manera, el matrimonio, como una sacramento que era para toda la vida, puede caducar ya y tener pronto los días bien contados o incluso, ya no necesita exclusivamente de un hombre y una mujer para producirse.

Tener estudios, también es una cosa supervalorada; no es algo que garantice seguridad y un buen trabajo estable. Hemos podido ver que hay gente con muchos estudios barriendo las calles y otros sin estudios dirigiendo empresas. También hemos podido ver la gran cantidad de estudios, pensamientos, conocimientos o investigaciones que muchos de ellos acaban siendo contradictorios. El lucrativo negocio de la cultura también se ha visto afectado por la piratería. Quizá cada vez hay menos gente que conozca el origen de nuestras tradiciones festivas, gastronómicas o de bailes populares y las practique, como la religión, que también ha quedado relegada a una minoría en declive.

La economía igualmente ha sido un barco a merced de los vientos del egoísmo, la avaricia y la explotación de los grandes mercados y multinacionales, en el que se han acabado engañando unos a otros y han escorado el barco. De la misma manera, si antes pensábamos en vestir bien, los jóvenes han acabado vistiendo ropa agujereada y enseñándonos los calzoncillos, quizá para decirnos que lo que verdaderamente luce, es lo que queda dentro.

En realidad, el mundo material es caduco, como la salud y la vida, que vamos perdiendo poco a poco. Así, quizá hay quien piensa que hay que vivir la vida “a tope”, a pesar de que sea a costa de la propia salud, la de los otros o imperando nuestro bienestar por encima del de los demás, obteniendo beneficios aunque sea a costa de acciones deshonestas... Pero eso nos resta valor como seres humanos, nos desposee del respeto y no nos da nada de valor que dure más de lo que dura una vida.
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UNA VERDADERA PLAGA

Hace tiempo que podemos encontrarnos ardillas saltando de árbol a árbol por los parques infantiles, cruzando las calles de manera imprudente, observándonos por los parajes naturales, o incluso, atropelladas en medio la carretera. A veces, estos animales tienen el atrevimiento de practicar sus juegos muy cerca de los seres humanos, pero a la mínima que nosotros nos acercamos, en seguida desaparecen árbol arriba. Lo cierto es que nos tienen más miedo del que nos tienen las palomas, quizá porque nos acaban de conocer y ya han presenciado lo que les hacemos a las palomas, que tantos años llevan con nosotros.

A mí me parece muy bonito ver esa fauna salvaje dando una vida especial a los parques, y más me sorprende su capacidad para adaptarse a una ciudad. “¡Por sí no teníamos bastante con las palomas!”, pueden pensar algunos.

Dicen que las ardillas son una dañina plaga, que son semejantes a ratas, que empiezan a afectar algunas cosechas, o incluso, a las canalizaciones de agua en algunas casitas y urbanizaciones, que acaban roídas. Quizá hay quien piensa que hay que poner veneno o pegarles un escopetazo porque dicen que tampoco tienen depredadores naturales. Quizá igual que ellos han acabado viniendo a nuestras comarcas, con el tiempo sus depredadores u otros, también acaben viniendo, si no han llegado ya, y nos encontremos así con nueva fauna.

Pero parece que empezamos a vivir atormentados por esta plaga, al igual que la de las palomas, que ahora nos las han pintado casi como demonios del aire en las ciudades. Está claro que se cagan en el patrimonio, pero privar estos y otros animales de agua, comida, libertad, etc. tampoco acaba siendo la solución.

Lo cierto es que actuamos como si nosotros fuésemos los propietarios absolutos del planeta, quizá porque nos consideramos la especie más desarrollada. Así, en lugar de adaptarnos al medio, hacemos las adaptaciones necesarias del medio para que este nos resulte más cómodo. Curiosamente, construimos prodigiosas obras, a menudo sin tener en cuenta nuestra propia biología, las fuerzas de la naturaleza o el resto de seres vivientes. No nos importa arrasar bosques, secar fuentes, contaminar ríos, agotar recursos naturales o extinguir especies animales.

De alguna manera, nosotros somos los verdaderos depredadores, la verdadera plaga, que si no nos esforzamos en poner remedio, quizá tras acabar con el planeta, acabaremos destruyéndonos a nosotros mismos.

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