MEDALLA DE COBRE

Hace unos días estaba haciendo una actividad en un parque con un grupo juvenil y de repente vimos un ardilla (especie animal) botando entre los árboles del parque sin ningún tipo de pudor ante todos los espectadores, que sorprendidos le seguían con exclamaciones. Pronto surgió otro adolescente que la persiguió a pedradas. A pesar de que en aquel momento yo no tuve valor para decirle nada, o no fui suficientemente rápido para llamarle la atención, otra monitora lo hizo por mí. Por suerte aquel adolescente calló y se fue, cosa poco habitual porque a menudo se envalentonan y todo acaba con una discusión donde el ciudadano que llama al civismo suele ser increpado, insultado y humillado sin ninguna consideración ni respeto. Y en situaciones como estas, debo admitir que si me meto en ella, yo no callo la boca y me suelo poner al mismo nivel, convirtiendo la situación en un intercambio de palabras inútiles y vulgares, en que los nervios y la falta de paciencia me vencen. Además, cuando veo este tipo de comportamientos, generalmente también me cogen ganas de pegarles un pescozón o un buen estirón de orejas, que quizá podrían acabar de peor manera.
Una vez el adolescente se fue, en seguida surgió un gato, que quiso acabar de hacer el trabajo que el adolescente no había completado, persiguiendo a la ardilla hasta que esta, más rápida en agilidad y reflejos, se enfiló ramas arriba botando de un árbol a otro. Sin duda aquel ardilla tuvo un mal día.
Dos noches después se repitió una situación semejante, pero esta vez estaba yo solo. Vi a tres personas causando daños en el mobiliario urbano a plena noche. Estaban hurgando en unas farolas, seguramente tratante de extraer el cableado de cobre. Los saludé con indiferencia y pasé de largo por su lado, no sin volver a dudar qué podía hacer. Finalmente me decidí a coger el teléfono y llamar a la policía, que no tardó en aparecer como si de una gran persecución pudiere tratarse. Vinieron dos unidades móviles que necesitaron que les señalara a los autores del delito. Estos trataron de huir, no sin dejar de insultarme por haberles delatado. Un coche de policía hizo un giro de 180 grados en medio de la calle y reanudó la persecución, mientras el otro fue a dar la vuelta, quizá para rodearlos y evitar a que se escaparan.
Yo no tuve muy claro que los pudieran coger y finalmente me fui en casa a dormir sin conocer el final de la historia. Dos días después en el periódico salía la noticia. Habían detenido a dos de ellos, uno de los cuales era menor. Al parecer el tercero había escapado.
Es así como la implicación ciudadana puede ayudar a impedir daños mayores o corregir los actos poco cívicos de algunas personas. Quizá si todos velaremos por estas cosas y le llamásemos la atención cuando vemos que alguien está haciendo una pintada o cuando hay un perro "cagando" en la acera o el parque mientras su amo mira hacia el universo, o cuando otro está tirando pedradas a una farola o un animal, o cuando vemos gente dejándose la bassura en el parque o la montaña, u otro tirando un bote o un papel en cualquier lugar,... sin duda ya estaríamos contribuyendo a hacer un entorno mejor.
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CON FRANCO VIVÍAMOS MEJOR

A pesar de que esta es una frase hecha que parece oírse aún por nuestro país, una dictadura es sinónimo de autoritarismo, pero sobre todo, de represión, donde parece que se gobierna haciendo uso del miedo. Y con el miedo, parece que todo el mundo se comporta. En cambio, con la democracia creemos que se tienen más en cuenta las libertades y derechos del individuo. Y acabamos por no respetar nada.

Así el otro día nos invitaron a un banquete en un restaurante y dos personas empezaron a fumar en la mesa, al lado de dos niños. A uno de ellos, la madre de los niños, una mujer fumadora que con total discreción había salido del restaurante cuando le apetecía fumarse un cigarrillo, le llamó la atención y este enseguida apagó el cigarrillo, pero la otra persona continuó fumando y defendiendo su derecho con fuego y espada. Pronto surgió así un tema acalorado como es que con la ley del tabaco no se podrá fumar en casi ningún lugar, incluso los parques donde juegan los niños. Mientras aquella mujer defendía entusiastamente que con su cuerpo hacía el que quería y que había conocido a mucha gente fumadora que no había sufrido ninguna consecuencia física, mientras otros no fumadores estaban sacando los pulmones por la boca, la conversación subía de tono.  Llegó a decirse que con tanta prohibición estábamos viviendo bajo una dictadura encuberta, donde no podíamos fumar donde nos apeteciese.

Muchos defendemos la libertad como un derecho y un valor que también va consiguiéndose con el progreso. Así parece que aquella mujer tenía razón, pero recuerdo con gran interés lo que un día le oí decir a otra persona; y es que “ser libre implica haber de ser responsable”. Lo cierto es que la palabra “responsabilidad” es la gran olvidada cuando hablamos de libertad. Parece que cada vez hay menos civismo y respeto. Somos ciudadanos menos responsables. Entonces es necesario ir metiendo nuevas leyes y prohibiciones porque no sabemos convivir muy bien con otra gente. Así, por ejemplo, cuando no hacemos caso de los límites de velocidad dentro de la ciudad es necesario poner sobre elevaciones del nivel de la calzada que golpeen los amortiguadores del coche. Tampoco se puede hacer fuego o acampar en la montaña porque tiramos muchos desperdicios o no tenemos en cuenta los posibles riesgos de incendio. Igualmente no podemos ir en moto o bicicleta por la sierra porque hacemos mucho de ruido o vamos de manera que causamos daños en los caminos. Las sanciones también cada vez son mayores, porque tampoco somos responsables al volante y seguro que si rebuscamos aún encontraremos muchas otras cosas.

Entonces podemos hablar de derechos y libertades, pero primero debemos aprender a ser más responsables, más cívicos, menos individualistas y menos indiferentes con lo que nos rodea, teniendo en cuenta que por el hecho de vivir en sociedad, todo esto es necesario, además de que también debemos cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos.

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INCONFORMISTAS

Había una vez una mujer viuda que lloraba desconsoladamente la pérdida de su marido, cuando oyó que llamaban al timbre. Al abrir encontró una pareja que decía necesitar dinero para coger el autobús e ir a la capital de la provincia. Ella, metiendo la mano en su monedero, cogió lo que tenía y se lo dio. En seguida aquella joven pareja extranjera no dudó al decir que les parecía muy poco lo que les había dado. Ella dijo que no tenía más y estos le dijeron que les extrañaba mucho, que viviendo en una casa como aquella, pudiese tener y darles tan poco. En seguida ella les dijo que cambiaría la casa y su situación por la de ellos, en la que por lo menos se tenían uno a otro y que les había dado lo que tenía. Si no estaban de acuerdo, se podían ir con las manos vacías. Sin demasiado convencimiento y nada más que añadir, aquella pareja de jovenes cogió el dinero y se fue. Mientras, la mujer continuó añorando su marido.
Parece estar en la naturaleza del ser humano no conformarse con lo que tiene y desear siempre lo que pueda tener el otro. Quizá esto tiene que ver con el sentido de propiedad privada y la envidia cuando no tenemos lo que nos gustaría. Siempre parece mejor lo que tiene el otro y mientras envidiamos, no somos capaces de aprovechar y vivir felices con lo que tenemos. Además hay quien no se conforma al desear lo que tienen los otros e incluso, decide recurrir al robo para conseguirlo, pero lo cierto es que resulta fácil hablar de estas cosas cuando tenemos las necesidades cubiertas o cuando afecta a otros. Para que no nos roben lo que tenemos, pregonamos que no hay que robar; para que la envidia que nos puedan tener no llegue a hacernos mal, decimos que no hay que envidiar. Pero lo cierto es que todo esto surge cuando no somos capaces de amar y compartir con el otro, o llegar a preocuparnos tanto por el bienestar de los demás como de nuestro propio bienestar. Y con seguridad se puede decir que hasta que no llegamos a entender y aplicar esto, viviremos dentro del modelo del mundo que ahora tenemos, que parece ir cada vez más a la deriva, y que tampoco acabará por mucho que algunos se afanen en predicar que el fin del mundo está próximo.
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EL PROXENETA

Hace unos días vi una película donde al principio el protagonista decía no estar interesado por el dinero. Era un estudiante, que por un proyecto innovador, recibió importantes ofertas de trabajo que acabó rechazando y donando el fruto de sus habilidades gratuitamente. Después este personaje inició otro proyecto que igualmente quiso ofrecer a la gente de manera gratuita, pero avanza ayudado por algún amigo que pone el capital, apropiándose también de una vaga idea de otros y cogiendo pequeñas inquietudes de sus compañeros de universidad. Así, una idea madurada entre todos y que también parte del despecho hacia una novia y la necesidad de conocer chicas, o la ambición de otros amigos y la traición entre unos compañeros de universidad, acaba transformada en una gran empresa y él se convierte en el multimillonario más joven del mundo. Curiosamente es la ambición de los otros lo que hace que él acabe siendo millonario y en este punto, él ya no renuncia al dinero y sus principios altruistas quedan completamente ahogados.
Lo cierto es que todo el mundo sueña en tener dinero y si no somos capaces de ganarlo por nosotros mismos, con nuestro esfuerzo, sólo queda ya confiar que nos toque la lotería. Así dicen que no se puede servir a Dios y al dinero, porque parece que este último es más goloso y en esta efímera vida, donde nos da seguridad y comodidad, también acaba corrompiendo a los seres humanos. Cuando más dinero tenemos, también queremos más; parece no haber bastante y cuando lo que nos preocupa es almacenar más y más dinero para vivir con ciertos lujos y comodidades, estamos dejando de lado mucha otra gente que a veces no tiene lo mínimo para vivir dignamente.
También hay quien utiliza estas necesidades de otras personas para tocar la sensibilidad de la gente y recaudar dinero, que quieren conseguir a la desesperada acosándonos con loterías y donativos; apelando a la buena voluntad, la caridad o la solidaridad. Algunos a veces lo hacen renunciando ya a sus verdaderos valores o principios, o incluso como medio para su propia subsistencia y una vez llenas las arcas, el dinero tampoco llega a utilizarse para su finalidad, sino que van bañando allá por donde pasa y finalmente poca parte de los recursos recaudados acaban llegando a su destino solidario.
Es una realidad que todo se cuantifica y valora con dinero y llega a hacerse cualquier cosa para tener; incluso hay gente que dice que si no tienes dinero no puedes hacer nada y esto es triste: quiere decir que le hemos quitado todo el valor al ser humano y sus capacidades y se lo hemos dado al dinero. A veces también nos pueden plantear hacer un donativo o participar como voluntario y parece resultar más cómodo contribuir con un donativo y no calentarse más la cabeza. ¿Pero qué pasa o qué hacemos cuando la economía falla?. Entre otros muchas cosas, quizá es cuando algunos miran hacia arriba y le preguntan a Dios porque o le piden ayuda.
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