DE JÓVENES Y MAYORES

Ayer mi suegra se fue de viaje y le dijo a mi mujer que le paseara el
perro. Este es un macho bastante tranquilo que tiene cerca de dos palmos
de altura pero que se encontró con otro perro con el que parece que no
simpatizó. En seguida mi mujer fue corriendo a por él para atarlo. Ella
es una de estas mujeres que hoy llevan los cabellos cortos, hasta el
punto que a veces pueden confundirse con un chico.
La persona que llevaba el otro perro, un hombre que ya había cruzado la
edad de la jubilación, hizo como el perro: no simpatizó con ella y en el
intento de defender a su animal, mientras ella se agachaba para atar al
suyo, el hombre la empujó de la cabeza de tal forma, que a ella le
cayeron las gafas. Ante una reacción tan hostil, con gran sorpresa, los
mecanismos de defensa de una chica que acostumbra a ir al gimnasio se
pusieron en marcha. Se cruzó alguna palabra malsonante y poco más. Me
resulta imposible creer que ella estuviese enredada en una reacción
hostil y más con una persona mayor, porque es una persona tranquila,
respetuosa y muy pacífica, pero aquel abuelo "le calentó las castañas".
Ella le indicó que era una mujer, pero aquel señor, que perdió su
consideración y el respeto que como persona adulta podía merecer, con
una osadía de adolescente y más palabras malsonantes, con decisión e
intención, continuó diciendo que tampoco lo importaba pegarse con ella;
continuó el ataque argumentando que los jóvenes de hoy en día no tienen
ningún respeto por las personas adultas. Por suerte, ella tuvo cabeza
para no continuar la pelea y dejar que aquellas fieras se fuesen
babeando y maldiciendo a la juventud a sus espaldas.
Actualmente puede ser que los jóvenes están en la situación más crítica
y conocida de la historia, pero si los adultos no son capaces de
comprenderles, de conducirles, de tomar las medidas necesarias y de
mantener la cordura o se dejan gobernar por los prejuicios pensando que
todos son iguales, ya poco le queda hacer a una sociedad que cada vez
será más decadente. No hay tiempo que perder y todos tenemos mucho para
hacer antes de que sea tarde.
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LA PÍLDORA MÁGICA

El otro día estuve viendo un breve reportaje en el que se hablaba de la investigación en fármacos de adelgazamiento, siendo la obesidad al parecer, uno de los grandes males de nuestra actual sociedad. De algún modo, se esperaba encontrar un medicamento que permitiese comer lo que se desease, sin ningún tipo de dieta y sin necesidad de hacer ejercicio, sin que la persona pudiese engordar por ello.
También hablaba de los efectos secundarios de algunos medicamentos que hizo que fueran retirados del mercado, o incluso efectos secundarios de otros medicamentos destinados por ejemplo a la cura del alzhéimer y que como efecto no deseado, producían esa pérdida de peso. Pero por el momento, los investigadores admitían que aún estábamos bastante lejos de conseguir este fármaco milagroso y que el único modo real de no engordar, era haciendo ejercicio y consumiendo sólo las calorías que nuestro cuerpo necesita acorde a nuestra edad, metabolismo, sexo y actividad física.
Curiosamente, se dice del ser humano que es el único animal que come sin tener hambre, bebe sin tener sed y habla sin tener nada que decir. Dejando de lado los problemas de obesidad reales como una enfermedad producida por causas diversas, resulta increíble pensar que en el mundo haya seres humanos que apenas tienen para comer y que padecen la malnutrición desde su propia gestación y en cambio haya gente que esté preocupada porque engorda porque come mucho, pero encima se mueve poco.
Al parecer, el mundo es un lugar lleno de paradojas ante las cuales está lejos de quedar en nuestras manos encontrar el equilibrio o solución alguna.
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YA NO TE AJUNTO MÁS

Ahora que la Navidad es ya un recuerdo, que quizá no volverá hasta el año que viene, con sus días festivos, la lotería, los encuentros familiares, sus comidas especiales, las compras y los regalos, y con los niños como verdaderos protagonistas, por unos instantes algunos han tenido la oportunidad de contagiarse de esa alegría y felicidad infantil. Todos los “mayores” nos hemos deseado prosperidad, alegría y felicidad, pero también parece perderse durante el año en el devenir de la vida adulta.

Así, en Navidad, resulta maravilloso ver la ilusión con la que los más pequeños presenciaban la cabalgata, deseando acercarse a alguno de los Reyes para besarlo entre la gran multitud , o como recibieron a los pajes reales entrando por la ventana cargados de regalos, o la sorpresa con la que destapaban cada uno de los paquetes. Pienso que los adultos no deberíamos dejar perder nunca esa ilusión y sencillez con estos pequeños detalles.

Aparte de esto, también hay otras cosas que me sorprenden y es que antes, el día de Reyes, podías ver la calle o el parque lleno de niños estrenando sus bicicletas, los coches eléctricos o de radiocontrol, o verlos jugar con una pelota nueva. Ahora parece que los Reyes deben traer videojuegos, muñecas o juegos de mesa, porque este día cada vez se ven menos niños así por la calle o el parque. ¡Con lo bueno que es jugar al aire libre y relacionarse con otros niños!.

Pero quizá, una de las cosas que más me sorprendió esta Navidad, y de las que pienso que los adultos más deberían aprender, es haber presenciado alguna pequeña pelea infantil, en las una de las implicadas acabó muy enfadada con unas vecinas con las que juega y se juntan mucho: “¡Ya no os juntaré más!”, dijo toda seria y convencida entre lloros. Quizá una frase muy común en esa edad, pero en poco más de media hora, toda ofensa quedó completamente olvidada y volvían a estar jugando como si nada hubiese sucedido.

Está claro que los mayores nos movemos a otro nivel de relación, pero perdemos la capacidad de perdonar de esta manera, nos guardamos las ofensas, miramos ya al otro con recelo o le giramos completamente la espalda, también creamos así prejuicios o clasificaciones de los otros, que quizá ya no cambiaremos nunca...

Son estas cosas las que hacen la vida adulta un poco más complicada y que también quedan una parte importando de nuestra felicidad.

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EL ESCUPITAJO

No sé si a causa del verano o también a consecuencia de la ley del tabaco, que las antes llamadas terrazas de verano de bares y cafeterías, van más allá y han llegado a convertirse en una moda que invade las aceras de nuestra ciudad, a pesar de que el frío del invierno ya nos ha llegado.

Siendo así, la gente toma su café o almuerza en la misma acera, viendo la gente pasar, arrimados al calor de una estufa y sin dejar de lado sus chaquetas. A pesar de que yo no soy persona de terrazas, y menos en invierno, me produce gozo ver esa vida que dan ahora, a veces digna de admiración ante la resistencia que presentan al frío.

Esta misma semana, mientras caminaba dando la vuelta a los puentes y un poco más, empujando el carro de nuestra niña, pasamos ante un conocido restaurante cafetería de nuestra ciudad, que también tenía su terraza montada en estas fechas navideñas.

Nos dimos cuenta que dentro había una mujer conocida y mientras yo me quedé en la acera con el carro, mirando la gente pasar o la que había en la terraza, mi mujer entró a saludar y enseñarle a nuestra hija.

En este momento, pasó por las mesas un hombre con poblada y negra barba, pidiendo dinero. Parece que nadie le dio nada y así también se acercó hacia mí, mirando el carrito. Después, parecía irse encaminándose ya hacia el puente con paso vacilante, pero de pronto, cambió de rumbo y volviendo hacia una de las mesas donde había dos mujeres sentadas, con una parsimonia igual como con la que caminaba, tomó "carrerilla" con la garganta, y les tiró un espeso escupitajo, que por suerte no cayó encima del café o de alguna de ellas, sino que quedó como una muestra ofensiva encima de la mesa.

Corren tiempos difíciles y quizá cada vez habrá más gente abocada a la pobreza o con la necesidad de recurrir a la caridad y tener que pedir, pero también hay mucha gente acostumbrada a pedir, a veces exigiendo, y que nunca hacen nada a cambio, asumiendo ese papel de víctima marginada social, a la que parece que todos deban su caridad. Otros prefieren tocar algún instrumento, limpiar los cristales del coche o vender pañuelos en los semáforos. Quizá cualquiera de los dos métodos tiene más o menos el mismo resultado, pero manifiesta la clase de persona que cada uno es: los que piden por necesidad y con dignidad y los que lo hacen como forma de vida.



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EL SECRETO DE LOS REYES MAGOS

Conozco mucha gente a la que no le gusta la Navidad. Otros que por convicciones ni tan siquiera la celebran. También los hay que la viven con júbilo y pasión, pero sobre todo, los hay que la viven con mucha, mucha ilusión. Es bonito ver esa ilusión de los niños, pero también llega el momento de ver que quizá el mundo es menos mágico de lo que a veces podemos creer de pequeños. Un buen amigo quiso compartir conmigo esta carta que le escribió a su hijo cuando llegó ese momento:
Hola. Somos los Reyes Magos, aunque en realidad, lo importante no es que seamos Reyes ni Magos, sino que somos unas personas que te quieren, que conocemos cómo sientes y cómo es tu corazón.
Sabemos tantas cosas de ti como tus padres: qué deporte te gusta; cómo se llama tu profesor; que todos los compañeros os lleváis muy bien; con qué juguetes disfrutas más; que también te gusta jugar con la videoconsola... Sabemos que te esfuerzas en hacer bien las cosas y en ayudar en casa a tu padre y a tu madre; Que admiras a tu hermana y que os portáis muy bien el uno con el otro. Te vemos cuando tratas con cuidado y cariño a los animales; Y cuando te esfuerzas por hacer las cosas como te dicen los mayores, aunque tú creas que no se hacen así. Y sabemos que ya tienes edad de conocer nuestro secreto.
Cuando un niño deja de ser niño y se convierte en hombrecito, está preparado para guardar nuestro secreto sin decírselo a su hermana menor o a otros niños que no lo saben. Pocos saben esta gran verdad… los que son capaces de conocer el misterio de los Reyes Magos sin decírselo a los demás. Y es el momento de que lo sepas tú.
Nuestro gran secreto es que… nosotros existimos únicamente en el corazón, en el corazón de todos los Papás y Mamás del mundo.
La verdad es que no existen los Reyes Magos como personas… pues no podrían vivir eternamente. Los que ponen tus juguetes por la tarde-noche mientras tú ves la Cabalgata son... ¡tus papás!. Si, son tus padres. Y la tía y unos abuelos en la caseta, los otros en el balcón,… y así todos los que te queremos. Hemos dejado el legado de los Reyes Magos a todos los papás del mundo. Nosotros Los Reyes, les observamos y nos alegramos con todos los que cumplen con su obligación.
Y te ponen juguetes porque creen que durante todo el año te has portado muy bien, porque creen que eres un buen muchacho, un buen hijo, un buen hermano, un buen amigo, un buen nieto, un buen alumno, un buen estudiante… en fin, un niño que se merece que sus papás le demuestren lo orgullosos que están de él.
Querido, hijo, tu Papá y tu Mamá son felices porque tú existes, porque tú eres su querido hijo. Tus padres son felices porque disfrutan de ti, de tu manera de ser. Tienes la virtud de hacer felices a todas las personas que te quieren y eso… eso se merece una sorpresa tan grande como la de creer en los Reyes Magos.
Tu hermana no sabe nuestro secreto. Contamos contigo para que tú no se lo cuentes a ella, hasta el momento en que nos lo pida, ni tampoco a otros niños... Les dejaremos que crean en los Reyes Magos unos añitos más.
Un beso muy fuerte de parte de tu Papá y tu Mamá. Te queremos mucho.
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