MEAR CON TRAJE

El fin de semana pasado fui de boda. Fue una ceremonia civil en un modesto apartado de la casa consistorial, con pocos invitados, breve y con versos bonitos sobre la estima, pero también fue un tanto particular porque eran dos hombres los que se unían en matrimonio. También debo decir que no era la primera vez que acudía a una boda entre dos personas del mismo sexo. Quizá algunos lo consideren un gran avance en materia de derechos y libertades, mientras otros se ponen las manos a la cabeza asustados y se estiran de los pelos.
Una vez concluido este particular primer acto, acudimos al cementerio a visitar las tumbas de mis suegros y difuntos padres de uno de los novios y de allí, partiríamos hacia el lugar donde se haría el convite, a unos treinta kilómetros de nuestra población.
Al llegar al lugar, un hotel con aspecto de castillo moderno al que accedíamos por un pequeño camino lleno de árboles que casi como dejaban pasar la luz del sol, aparcamos junto a uno de esos coches deportivos ostentosos de color amarillo como los que salen en las películas y que ya nos daba una idea de la clase de lugar donde íbamos. Nos recibieron a todos como si fuéramos monarcas o grandes personalidades y después de ofrecernos algo para beber en el pinar que había a la puerta del castillo, nos acompañaron dentro con una efusiva sonrisa y saludo para cada uno de los invitados. Nos sentamos en una mesa con vistas al jardín, mientras unos camareros empezaron a servirnos en las copas el agua o el vino justito para un trago, tantas veces como fuera necesario. Si por cualquier motivo te ibas de la mesa, te volvían a plegar la toalla. Te cambiaban los cubiertos en cada plato que sacaban, que eran pequeños aperitivos en medio de un plato muy bien presentado. Después había quien iba recogiendo las migas de la mesa y otro que iba repartiendo pan, gracias al que pudimos quedar saciados.
Pero dentro de tanto lujo, elegancia y "glamour", la sorpresa me la encontré en el lavabo. Lo primero que me llamó la atención es que no había toallas de papel ni seca manos de aire caliente. Había toallas de tejido cuidadosamente enrolladas al lado del lavabo, que supongo irían reponiendo cada poco tiempo porque al acabar de utilizarlas, las dejabas en un cubo que había en la salida. Pero lo que más me llamó la atención cuando entré en el váter, fue la persona que entró delante de mí: parece que tuvo alguna clase de "reventón" en la manguera o esta se le descontroló de la presión, porque estaba meado todo el alrededor e incluso la tapa, por delante y por detrás. ¡No me imagino cómo se lo pudo apañar para hacer una cosa así!. Pobre de aquel que tuviese que acudir acosado por la urgencia de una diarrea y tuviera que sentarse o pobre también del que tuviese que limpiarlo todo.
Así es que eso me lleva a pensar que dentro de un coche lujoso, enfilado en un buen traje y rodeado de todo el "glamour" del mundo, siempre puede haber un gran "cerdo" que no tiene ninguna consideración por los otros. Y es que el dinero, el lujo y la ostentación de poder no dan la clase ni la nobleza propia de los verdaderos señores.
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BUENOS VECINOS

Mi mujer y yo vivimos en un piso con bastantes vecinos y aunque al principio hubo algún problema porque alguno de ellos puso pegas para que se hiciese una reforma de ampliación de nuestra cocina, que cogía parte del patio, nos llevamos bastante bien con todos, eso sí, sólo con algunos pocos hemos podido establecer una relación mayor, que incluso se ha convertido en amistad. De este modo, el mero hecho de vivir en un mismo edificio, ha permitido ampliar nuestras relaciones sociales con aquellos que han dado pie para ello, mientras que con otros nos limitamos a saludarnos cuando nos cruzamos por la escalera o en el ascensor.
Es agradable ir mucho más allá del saludo o cualquier conversación trivial sobre el tiempo, mientras esperamos o nos desplazamos en el ascensor y llegar a conocerse mejor. Así con algunos de estos vecinos, hemos cenado juntos, hasta celebrando el fin de año; nos prestamos o nos dejamos cosas los unos a los otros e incluso nos hemos ido juntos de excursión o hemos cuidado de sus hijos durante unas horas, que han estado jugando en el patio mientras los hijos de otros vecinos con los que no existe esta relación, han estado en el balcón deseando bajar a jugar.
Esta buena relación existente, recuerda a los tiempos de antaño en los que mi abuela decía que se ayudaban siempre unos a otros, y hasta la vecina tenía llave de nuestra casa y muchas veces ni tan siquiera era necesario cerrar la puerta de la casa, que incluso se la dejaban con las llaves puestas y nunca les entraban a robar. Había vida comunitaria porque se sacaban las sillas a las puertas de las casas y se reunían unos y otros para hablar, para merendar, para ver la gente pasar, para jugar a las cartas o contarse historias o chismorreos. Una tía de mi mujer, dice que todo esto "se aniquiló" con la llegada del televisor.
Antes parece que todo el mundo se conocía y quizá tras la guerra, como se vivieron tiempos de hambre de verdad y miseria, la gente se ayudaba en lo que fuese necesario. No se sabía nada de derechos humanos. No existían la multitud de asociaciones que ahora existen en nuestros días y que tratan de proteger o defender los derechos de un determinado colectivo, uniéndose para hacer fuerza ante una sociedad indiferente e individualista.
Quizá, si todos fuésemos más conscientes de la realidad del otro, conociéndole mejor, si fuésemos más solidarios y atentos, sin duda no sería necesario tanto asociacionismo entre colectivos vulnerables, políticos o religiosos, que acaban atendiendo sólo a los afines o consumen gran cantidad de recursos o que caen en tanta burocracia, que pierden efectividad o incluso llegan a adentrarse en el sectarismo o en el negocio empresarial y capitalista, que busca el beneficio propio, aún en detrimento de los otros.
Así, cuando había dinero, se hacían así grandes y costosos proyectos; todo el mundo gastaba con holgura y muchos se medían con sus vecinos: si tenemos un televisor o una casa más grande, si tenemos tantos coches, si somos socios de este club, si nos vamos de vacaciones a tal sitio…
Llega ahora la crisis y todo son recortes, reajustes en la economía familiar, en las arcas públicas, en las subvenciones a las asociaciones… Y todos nos seguimos encerrando en casa, mirando absortos el televisor, sin hablar, sin conocerse unos y otros, creyendo que todo está tan mal, que no podemos hacer nada, cuando hay vecinos que podrían necesitarnos aún en cosas muy pequeñas que nos pasan desapercibidas. Quizá hay que esperar a pasar una guerra para que las personas nos miremos en vez de medirnos.
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PIDO POR NECESIDAD

Últimamente, cuando paseo por la calle, me encuentro mucha gente que está pidiendo dinero, en un semáforo, o tocando un violín o un acordeón en una avenida, o sentados en el suelo con un pequeño cartel en el que pone su situación, u otros que bien te asaltan por la calle o están en la puerta de un supermercado con la mano extendida o con un bote donde dejarles unas gotas de nuestra voluntad. A veces también los ves venir hacia ti y ya sabes qué quieren: dinero. Pero también me he encontrado con algunos que decían querer comer. Recuerdo hace unos años a uno de los que pedía en un semáforo a la entrada de nuestra ciudad que me vendía una napolitana de chocolate, que supongo que alguien le habría dado para "comer". Recientemente, me crucé con otro que también decía querer comer, casualidad que yo llevaba comida y le ofrecí. Sorprendido, en seguida lo rechazó, diciendo que prefería otra cosa. Para mí, ese no es el verdadero color del hambre. ¿Qué quería, un jamón o mojama?. No como ni yo, ¡como para dar a otros!.
También me encontré una vez quien decía necesitar dinero para llamar por teléfono. Cuando le ofrecí mi móvil para hacer la llamada, pronto fue descubierto. También podemos encontrar quien nos pida dinero para coger el autobús, u otras excusas ya demasiado sabidas. A menudo la gente suele pensar que es para comprar drogas. ¡Quién sabe!.
Quizá ahora piden para comer, porque eso no se niega, pero para no calentarse la cabeza, hay quien prefiere darle unos céntimos y quitarse de encima a esa persona, antes de que ir a cualquier lugar con él y comprarle algo para comer, que seguro será más caro que nuestra voluntad inicial de darle unas monedas. Así, quizá acaban consiguiendo dinero, sin pedirlo como tal.
El otro día, mi mujer también se encontró con alguien que le pidió para comer. Casualidad o no, ella le ofreció la bolsa de palillos que llevaba para almorzar. Inicialmente negó con sorpresa y disgusto el ofrecimiento, pero quizá viendo el rostro de mi mujer, vio descubierta su aparente necesidad estomacal y los cogió, para dejarlos en el suelo unos pasos más atrás de donde él estaba y continuar pidiendo a otra gente. Curiosamente se encontró con una mujer que acabó despotricando de la petición que también le acababa de hacer este personaje, contándole después a mi mujer su experiencia en un horno de pan en el que trabajaba y al que constantemente iba gente a pedir, y que encima la insultaban cuando no les daba dinero o le exigían un día tras otro que los volviese a dar más productos de los que estaban a la venta.
A menudo podemos pensar: "Mejor que pida que lo hurte". Pero también hay quien en lugar de pedir, lo hurta, aunque pueda tener dinero para pagarlo, como una persona en silla de ruedas que esta semana ayudamos a poner su compra ante la caja del supermercado y mientras esperábamos nuestro turno para pagar, acudieron dos trabajadores del supermercado y tan pronto como esta pagó, le hicieran sacar aquellas cosas que había cogido y se había escondido para no pagarlas. Delante de todos. ¡Qué vergüenza!.
Así me pregunto cuál es la necesidad real de las personas que deciden pedir; Si hay otras maneras de ayudarlas; si realmente quieren esta otra ayuda, porque como mucha otra gente, yo hace mucho tiempo que he decidido no dar dinero, a pesar de que tampoco suelo llevar en la cartera. Y si realmente quieren comer, hay otras maneras y lugares para conseguir y de eso, sé bastante.
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LOS CUIDADORES DEL FUEGO

Hace miles de años, el hombre prehistórico descubrió el fuego, probablemente por la erupción de un volcán, un incendio o la caída de un rayo. También es muy probable que cuando lo tuviera, nuevamente volviesen a perderlo y había que esperar un otra vez que la naturaleza les brindara la oportunidad de volver a conseguirlo. Así, al principio, el mayor problema era cuidarlo y mantenerlo encendido o llevarlo hasta su aldea u hogar, entonces empezó a custodiarlo como uno de los primeros grandes tesoros del ser humano.
La vida empezó a hacerse alrededor del fuego como una manera de calentarse, para cocinar los alimentos, para espantar a los animales peligrosos, para tener luz en los momentos de oscuridad o también para la lucha. Entonces hasta que aprendieron a controlarlo y crearlo, debieron custodiarlo para que no se apagase, nombrando incluso a guardianes del fuego. Cuando aprendió a encenderlo, dominó uno de los elementos que más sirvieron en el avance de la civilización.
A veces las creencias, que acaban convirtiéndose en las tradiciones, son la esencia sobre la que se desarrolla una determinada cultura. Después nace la preocupación de que las influencias de otras ideas o culturas, afecten de manera que pueda hacer peligrar eso sobre lo que se asienta nuestra particular cultura o creencia. Entonces hay defensores de esas tradiciones o creencias que se aferran a ellas como la única verdad posible, cayendo a veces en el fanatismo o manteniendo costumbres o creencias de las que ya no se sabe ni su origen, que en un tiempo pasado quizá tuvieron su utilidad, pero que en las nuevas sociedades van perdiendo fuerza, o incluso, han llegado a convertirse en un negocio.
A veces, todas estas creencias se convierten en un lastre, una manera de crear diferencias, de dominar al otro, de dividir a la gente en seguidores o no seguidores. Crean también un condicionamiento del pensamiento, una pesada carga de la que es difícil librarse y que nos hace actuar y pensar según unos patrones, privándonos de la libertad mayúscula.
Como el fuego, estas creencias le han permitido crecer al ser humano, desarrollarse tratando de mantenerlas, defendiéndolas, tratando de convencer al otro de lo que uno cree, incluso, llegando a la guerra, la conquista a base de la fuerza, cosa que le ha hecho trabajar la imaginación y le ha permitido avanzar.
Pero ¿qué habría pasado si hubiésemos nacido en medio de otra cultura?; ¿si hubiésemos vivido otras experiencias?; ¿si nos hubieran influido los pensamientos de otras personas?. Sin duda seríamos muy diferentes. Entonces en el ser humano, aquella realidad cultural o religiosa que consideramos única, intocable, verdadera, es completamente subjetiva y si le quitamos al hombre todo esto, sólo lo que queda en esencia es la única cosa realmente verdadera. Todo el resto son añadiduras, que únicamente forman parte de la historia humana y los ingredientes necesarios para su evolución.
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LA BELLEZA PERFECTA

Es verano. Estoy encendido y no sólo de calor. Ahora mismo vivo esa etapa que llaman cuarentena y todo lo que le precedía, así que sería capaz de comerme incluso una revista publicitaria de trajes de baño. Al menos me queda el consuelo de poder escribir sobre esta materia y alguno de los sentimientos que despierta en mí.

Hace poco, recuerdo un fin de semana en la playa que vi al natural al primer hombre con tanga de mi vida. Quizá antes había visto alguno en la televisión, pero no había visto ninguno en vivo y en directo. Lejos de caer en el escándalo, porque hay que decir que era una persona ya entrada en años y que no lucía un cuerpo torneado en el gimnasio, pero a pesar de esto, y aunque parezca machista, para mí aquella atrevida prenda de imitación de piel de leopardo, no lucía ni la cuarta parte de lo que puede lucir en una mujer.

Por ejemplo, yo también soy una persona de esas con mucho de pelo, tanto que de ponerme un tanga, este no sería visible y quedaría así devorado por la maraña de pelo que recubre hasta la regata de mi culo. Sin duda habrá físicos mucho mejores que el mío, esculpidos como perfectas esculturas griegas, pero seguro que no se puede comparar con la figura de una mujer, que no necesita tanto ir al gimnasio para lucir buen físico.

En una mujer, todo es diferente. Está claro que también habrá que no estén bien cuidadas, pero en su naturaleza, una mujer está diseñada para lucir, para gustar. Parece la culminación de la obra del Creador. Debo decir que para mí la belleza femenina está por encima de cualquiera otra cosa y a pesar de que me guste verlas tan bien arregladas, no necesita de un tanga, una falda muy corta o cualquiera otra de las miles de prendas que aún resaltan o insinúan una provocadora belleza que incluso puede llevar los hombres al delirio. Sin duda, es por eso que en este sentido somos muy diferentes a las mujeres, bien porque ellas lo saben llevar de manera muy discreta o porque no les domina una atracción por la belleza masculina, si es que cabe encontrarla por algún sitio. Y a veces me pregunto cómo puede haber mujeres tan bellas.

Es lógico pues que ellas no pueden perder la cabeza de la misma manera que los hombres. Ellas están muy satisfechas de lucir sus encantos, parece que incluso lo buscan, y tontos de nosotros, a babear. Sin duda si ellas babeasen de la misma manera, este mundo sería una jaula de animales en celo y por eso son así, para guardar el perfecto equilibrio.

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¡QUÉ ABURRIMIENTO!

A veces hay gente que dice aburrirse, que ahora en verano en esta despoblada ciudad no hay demasiadas cosas que hacer. Como un abuelo que evoca sus batallas, yo ahora recurro a la infancia de mi generación y lo cierto es que creo que pocas veces nos aburríamos. Antes siempre hacíamos uso de nuestra imaginación y así se íbamos a hacer alguna excursión por nuestros parajes, nos cazábamos por los bancales, hacíamos casitas de barro, nos íbamos de acampada o a hacer una cabaña, jugábamos por las balsas y las acequias, explorábamos nuestros alrededores o nos tirábamos márgenes abajo con las bicicletas.
Está claro que la sociedad cambia y nosotros también nos hacemos mayores; no digo que ahora hay que hacer cosas como estas para no aburrirse pero si hacer servir nuestra imaginación, a pesar de que pienso que ahora la sociedad nos acostumbra cada vez más a darnos las cosas hechas y poner a nuestro alcance numerosos recursos que cuando cierran por vacaciones, nos dejan solos y en contacto con nuestros propias circunstancias.
A menudo esperamos que sean los otros quienes pongan solución a nuestro aburrimiento; es la cosa fácil con la que no es necesario calentarse la cabeza, un esperado producto más del consumo. Hay que añadir que el aburrimiento también deriva en pereza y parece que cada vez nos cuesta más movernos por nosotros mismos, entonces necesitamos otra vez quien nos empuje a hacer algo.
Así pues, para librarnos del aburrimiento por estas fechas, no nos dejemos arrastrar por la pereza y miremos a nuestro alrededor a ver qué cosas podemos hacer sin tener que depender de otros. También podemos unir nuestros propios recursos o intereses con los de cualquier otro. Además, si estamos en el seno de un grupo y nosotros podemos ser capaces de dinamizarlo, seguro que también ganaremos amigos o quien nos quiera tener siempre a su lado. Y así, juntos y con intención de no caer en el aburrimiento, seguro que encontramos muchas cosas que hacer: hoy lo que proponga uno y mañana lo que diga el otro. Podemos descubrir experiencias realmente interesantes que seguro nos dejan mejor recuerdo que un producto más de consumo con actividades troqueladas.
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AIRES DE MONTAÑA

Llega el verano y mucha gente se va a la playa de vacaciones, pero también hay muchos pueblos de interior, como el nuestro, en el que aunque no quede nadie en verano, durante todo el año se quiere promover el turismo de interior como una nueva alternativa: naturaleza, museos para visitar y aires de montaña, que nos traerán un ambiente diferente para disfrutar de nuestras vacaciones: la combinación perfecta entre cultura y medio ambiente. Por no mencionar el esplendor de las fiestas locales.
Pero a veces da lástima ver a esos pobrecillos visitantes, preguntando, ¡Y gracias si hablan castellano!, con un callejero en mano y más perdidos que una rana en un desierto, buscando fachadas de edificios emblemáticos, iglesias o museos u oficina de turismo, que da la casualidad que ese mismo día están cerrados, por no hablar de la señalización de los parajes naturales o la ausencia de guías para excursiones por la naturaleza que nos rodea. Sin duda, creo que aún estamos bastante lejos de ser una ciudad turística y más, con los aires que pueden respirarse. Es lógico que podamos estar estancados.
Así, anotando una curiosidad que quizá poco tenga que ver, hace unos días, paseando con mi mujer por esta ciudad, pasamos por delante de un centro social de mayores en el preciso momento en que un anciano salía escapado por la puerta, y sin mirar tras de sí, dejaba volar unos sonoros pedos, que nos comimos de lleno por ir hablando con la boca abierta. ¡Qué decir del aroma que uno puede encontrar!. He de anotar que no se trataba de ningún tipo de planta aromática. ¿Qué podría pensar así un posible visitante extranjero de nuestra hospitalidad?. Porque obviamente las risas y tema de conversación que este evento les produciría, no duraría más que unos breves instantes, que no darían tanto como para llenar unos días de vacaciones.
Quizá para ser una ciudad turística, además de fiestas locales, historia, parajes naturales; museos, tiendas, restaurantes y oficina de turismo, estos han de estar abiertos para proporcionar al visitante cuanto pueda necesitar, pero también es bastante necesaria una cultura de hospitalidad que podemos encontrar en todos aquellos pueblos que viven del turismo.
Cambiar de ciudad industrial a ciudad turística, quizá buscando suplir la merma del sector productivo, no es algo que se consigue de un día para otro; no es algo que va a proporcionar en pocos días mucho puestos de trabajo que no caigan en la pura eventualidad. Así tampoco es necesario instalar campos de golf u hoteles en medio de un parque natural para gente elitista, pensando que es la que maneja la economía y nos dejarán grandes fortunas capaces de levantar nuestra ciudad. Para atraer el turismo, sin duda creo hay que ofrecer mucho dinamismo y esto no es poner un escaparate, sino acompañar, llevar de la mano al visitante hacia el interior, en un ambiente de calidez que no proporcionará sólo una persona simpática, sino la gran mayoría de habitantes con los que puede encontrarse el visitante y que por supuesto, hable la lengua que hable, hemos de hacernos entender.
¿Quién no ha librado nunca esa batalla contra la voluntad del esfínter, aún a punto de estallarnos el vientre, porque estábamos en un lugar público?. Quizá la misma presión o similar es la que deben experimentar aquellos que querían cambiar los aires que mueven esta ciudad, para lo que no sólo con el voto es suficiente, sino que es necesario también contar con la opinión pública, que al fin y al cabo, da menos que el voto, pero en realidad acaba teniendo mayor fuerza.
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