Estoy haciéndome mayor. Me percato porque empiezan a salirme canas, porque voy a casarme y quiero tener hijos, porque tengo una casa y busco estabilidad, porque me hago más sedentario y porque cada vez me siento más diferente de las nuevas generaciones.
Cuando era más joven, yo decía que no quería casarme ni tener a mi nombre nada que pudiese privarme de la libertad; tampoco quería cerrarme en un solo pensamiento y menos todavía pensaba en tener hijos. Siendo más joven aún, quería ser veterinario, porque me entendía mejor con los animales que con las personas. Un poco antes, con mis compañeros me dedicaba a correr por los bancales, haciendo cabañas y "tirachinas" o metiéndonos en medio de un campo de maíz o tomates para comer desafiando al "masero".
Ahora todo ha cambiado, como la moda, que quizá va y vuelve, pero con los jóvenes me parece más diferente. Hace unos días celebraron las renombradas "paellas", en las que parece que los estudiantes se lo pasan muy bien. Por desgracia no me han invitado nunca a una fiesta como estas, porque además de que ya no conozco muchos universitarios, posiblemente también me sentiría muy fuera de lugar y porque para mí la diversión es una cosa muy diferente a emborracharme hasta vomitar o perder el conocimiento o mear desde arriba de uno de los numerosos puentes de nuestra ciudad, como pueda ser el del Viaducto.
Aquel día, de camino a una reunión casi a las ocho de la noche, había unos jóvenes de una veintena de años con los pantalones a medio culo y enseñando los calzoncillos, como es ahora esta curiosa o graciosa moda, que estaban parados en medio del puente. Me resultó un hecho llamativo que con aquella “fresquito”, característico de nuestras tierras y el presente invierno, hubiese un grupo de jóvenes riendo y gritando, parados y apoyados sobre la barandilla del puente mirando hacia abajo. Finalmente me percaté de lo que estaban haciendo. "Rescoldo" caliente en mano, parece que todos al mismo tiempo decidieron aireárselo aprovechando las corrientes del barranco y ya que estaban, hacer un surtidor a cinco chorros. Quizá hay hombres que utilizan la viagra para “sentir el poder”, pero a aquellos a quien se les levanta a toda hora más de la cuenta, parece que como no pueden hacer otra cosa mejor, necesitan refrescársela de vez en cuando, con una ostentación de virilidad, valentía, desafío y menosprecio por esta sociedad y sus normas de moral y conducta. ¡Toda una carrera!.
No querría ser yo quien pasease por el parque, o estuviese magreando a la novia en un banco bajo del renombrado puente, y desprovisto de paraguas, recibir aquella lluvia “de alcohol destilado”, pero ciertamente era para coger una navaja de esas como las que lucen los contrabandistas, y con una afilada cuchillada... erradicar el problema y toda muestra de virilidad cortando cinco de un golpe.
Poco después me encontré a otro “universitario” de lado a lado de la acera, acariciando paredes y retrovisores de los coches, para no tener que ir a cuatro patas y hacer evidente su involución.
¡Donde vamos a parar!.
Si seguimos esta tendencia de las nuevas generaciones, no quiero ni imaginarme la clase de mundo que tendremos dentro de unos años, pero puedo imaginarme grandes doctores con los pantalones medio agujereados y por las rodillas, hablando como verdaderos analfabetos, mientras escupen, se la rascan, eructan o se burlan y desafían a todo el mundo sin ninguna vergüenza, que por sí fuera poco, estará aprobado y bien visto.