Lo
cierto es que ahora entiendo a los catalanes con lo de su independencia y todo
eso. Viendo cómo está el país, no es un orgullo ser español, porque por mucho
deportista de élite que destaque fuera de nuestras fronteras, no compensa serlo.
Quizá, lo peor de todo, es que estando el país como está, aún nos permitimos la
licencia de tomárnoslo con humor y hacer chistes de nuestra propia situación,
que ilusamente compartimos por el móvil o las redes sociales. “¿Qué tenemos que hacer?” “¡Mejor tomárnoslo con humor!”, dice la
gente, que siempre acaba votando al mismo, que días antes de las elecciones
arregla un parque o una acera y promete mejoras que nunca cumplirá.
Además,
en este país somos tan especiales que también somos capaces de poner a una
persona sin carnet como concejal de tráfico; nombrar ministro de agricultura a
alguien que no ha visto una planta ni en maceta; contratar a personas que
cometieron fraudes en las arcas públicas para que asesoren a grandes empresas
privadas; votar como dirigentes a personas que no saben dirigirse ni ellas
mismas y que fácilmente se dejan llevar por otros; creer lo que nos diga
cualquier político si eso nos trasmite alguna esperanza… Y para colmo, los
ciudadanos conocen estos hechos y pasan con indiferencia, incluso llegando a
volver a dar su voto alegremente al mismo de turno. Así, confirmamos más el
dicho que este es un país de chorizos, payasos y ladrones.
Para
que haya unidad en un país, en una ciudad, en un ejército o en un matrimonio o
familia, es necesaria la satisfacción y cuidado de sus integrantes, que haya
intereses comunes y que se vele por alcanzarlos; es necesario respeto, dedicación,
escucha, confianza y entrega. Además,
también suele ser necesario tener a alguien de referencia, a quien merezca la
pena imitar y seguir. No es este el caso de nuestro país. ¿Será más fácil
casarse con un extranjero para cambiar de nacionalidad o cambiar nuestro
abanico de miras para elegir a políticos más honrados, con verdadera vocación
de servir a un país?