EXADICCIÓN

Últimamente cualquiera puede observar a diferentes personas esperando en un portal, en la parada del autobús o en cualquier otro lugar, que aprovechan ese pequeño momento para chatear con cualquier otra persona a través del móvil. Dicen que “está conectado a la red”. Pero también va más allá, incluso podemos encontrar gente que lo hace mientras camina, dentro del tren, del autobús o hasta en el ascensor del centro comercial.

Esto no queda ahí. Igualmente me he topado con gente que es capaz de hacerlo mientras sube por unas escaleras mecánicas o mientras cruza la calle, apenas sin mirar si pasan vehículos o no, con los riesgos que esto podría llegar a entrañar. No dejemos de lado a la gente que lo hace mientras conduce, aunque lleve manos libres. Pero quizá, lo peor de todo, es cuando estamos entre amigos y alguno de ellos se queda ausente, porque está más pendiente del chat del móvil o de las notificaciones de las redes sociales que del encuentro presencial entre amigos. Los demás podemos ver cómo ríe él solo con su móvil mientras nos preguntamos el porqué de esa extraña sonrisa solitaria. A veces se dignan a compartir un video chorra que les acaban de enviar, si es ese el motivo, aunque no siempre se da el caso de que sea esa la circunstancia y el resto permanecemos completamente ajenos a él. Por si fuera poco, algunos pueden llegar a mostrarse nerviosos si no tienen cobertura o se quedan sin batería, buscando desesperadamente un cargador prestado.

No es por nada, pero hasta hace poco, estas mismas actitudes, incluso con un poco menos, eran consideradas propiamente como una adicción a las nuevas tecnologías. Es curioso cómo cambian las cosas. Ahora es algo normal, que está de moda y además, eres un dinosaurio si no estás al día con esta tendencia, a la que parece que nos arrastra y nos obliga el progreso tecnológico. ¿Es realmente necesario?

Yo no soy de esas personas. Tampoco tengo un móvil de última generación, pero mi terminal es lo suficientemente moderno para permitirme consultar el tiempo y el correo o tomar notas para mis escritos. Esto en ocasiones ha provocado que mi mujer me diese un toque de atención, quizá por hacerlo en uno de esos momentos en que aparece la fugaz inspiración y en los que da la casualidad de que se requiere de mi atención plena con los menesteres de la vida diaria y mis obligaciones como padre. A veces estas pequeñas distracciones mías, que me llevan sólo unos minutos, son suficientes para ganarme ese reproche de mi mujer, una persona que coge el móvil si se acuerda y que al mes gasta menos en él que lo que vale un café. Lo cierto, es que si necesita llamar o enviar un correo, lo hace desde mi teléfono y en ese momento es cuando puedo aprovechar para echarle en cara sus reproches, porque parece ser que ella también tiene esa misma necesidad, aunque sea en menos ocasiones que yo. Que estas pequeñas discusiones lleguen a producirse, da que pensar. ¿A dónde podremos llegar los seres humanos? ¿Nos quedaremos entre las nubes?

Tal vez si los dos estuviésemos enganchados cada uno por su cuenta a esas nuevas formas de comunicación, no se producirían estos leves conflictos. ¿Esto sería bueno o malo?