¡HAY QUE COMPARTIR!

Quizá sea esta la frase estrella que los adultos, intentando ser el modelo de educación referente, quieren trasmitir a los niños, porque a menudo la estoy escuchando en el parque cuando un niño quiere coger algo que tiene otro. Curiosamente, incluso en una guardería, con niños de un año, algunos que se hacen llamar “maestros” ante tan pequeños “discípulos”, ya quieren transmitir el ideal de que hay que compartir. Pero como muchas otras tantas cosas que llenan de paja la vida del ser humano, es una más de esas que yo acabaría encasillando bajo la palabra “utopía”, aunque tal vez, dentro de nuestra cotidianidad, no lo veamos como tal.

Así, a menudo nos han querido inculcar valores, como el respeto, la solidaridad… que acaban siendo sólo ideales a los que aspirar, pero que no alcanzamos ni de lejos, o al menos, tampoco parece que interese ya alcanzar.

También en conversaciones entre compañeros o amigos, alguien ha acabado diciendo que aspirar a tener un mundo mejor o ser más feliz, cambiando sólo maneras de actuar o pensar, es una utopía, pero así parece que las utopías como esta, al igual que la de compartir, son mucho más comunes de lo que pensamos. ¿Acaso compartimos los adultos nuestra casa, nuestra pareja, nuestra comida, nuestro sueldo, nuestro trabajo, nuestro coche, nuestro televisor?. Incluso podríamos añadir que no compartimos ni las creencias y hasta en esto tenemos sentimiento de posesión, sintiéndonos amenazados si alguien piensa diferente que nosotros.

Desde que dejamos de ser nómadas, empezó a nacer el ser humano que conocemos, que es posesivo, territorial. Quizá es en los niños cuando más se nota ese instinto de posesión ancestral heredado, pero a pesar de que en los adultos es más sutil, es mucho más patente. Así, si verdaderamente queremos transmitir la idea de que hay que compartir, tal vez somos los adultos los primeros que tendríamos que aprender a ponerlo en práctica. ¿Estamos preparados?. ¿Verdaderamente lo deseamos?