Siempre me he considerado una persona bastante diluviana. Con esto quiero decir que soy de los que cuando las cosas se tuercen, piensan que es necesario empezar de nuevo, y para ello, hay que arrasar todo aquello que nos rodea. Esto son formas de vida, creencias, manera de relacionarnos, valores...
Con la actual situación, parece que el modelo económico-capitalista-consumista está en crisis, pero algo más está podrido y como dicen, esto sólo es la punta del iceberg. Mirando a corto alcance, vemos sorprendidos las medidas que va aplicando el gobierno y que nos llegan a todos en forma de recortes de derechos, subidas de impuestos... Que realmente parece que no sirven para otra cosa que no sea agravar aún más la situación. Pero nuestra crisis, no es sólo nuestra y está marcada o quizá “remarcada” buscando ocultar algo mayor, como es una crisis mundial que realmente nos lleva a todos al borde del precipicio.
Pero ahí estamos, al borde de este acantilado, aferrándonos con indiferencia a este viejo modelo, algunos también como si esta crisis no fuese con nosotros. Van cayendo cada vez más piedras al fondo y nosotros resistimos y resistimos, negándonos a caer, quizá por miedo a lo que pueda venir, que como mucho, puede ser la muerte. Tal vez, lo que nos espera al otro lado, aquello tan desconocido, que tanto nos asusta, realmente no sea tan malo y al final, podamos levantarnos mirando nuevos horizontes y sacudiéndonos el polvo de una caída, que no haya resultado tan grande como pensábamos. Pero obviamente, mientras no caigamos, no podremos levantarnos y permaneceremos así, prolongando más y más esta situación de angustia que vivimos y que parece mostrarnos pocas salidas.
Como rezarían aquellos que promulgan el juicio final, o incluso el fin del mundo, esta situación les viene como anillo al dedo para decir: “venga a nosotros tu reino”.