Hace ya unas cuantas décadas, la gente huyó del campo para ir a las ciudades, donde había muchas más oportunidades y quizá también en busca de una mejor calidad de vida. Atrás quedaban los pueblos desiertos y abandonadas así sus actividades agrícolas, que habían estado dando de comer a la humanidad desde hacía siglos: labrando los campos, plantando semillas, regando, haciendo la cosecha, paciendo los ganados, criando las gallinas...
En las ciudades había mucho trabajo, mayores recursos económicos, servicios y comodidades y mucha gente joven fue en busca de un futuro mejor, como los antiguos colonizadores que migraron a tierras y continentes lejanos, quizá persiguiendo algunos sueños de riqueza.
Ahora las cosas han cambiado. En las ciudades no hay trabajo y mucha gente no tiene para comer. Quizá habría que volver al campo, viviendo en pueblos y masías de manera autónoma, como antes, criando los animales y buscando los frutos de la tierra, que son los que nos alimentan, pero quizá el que no esté familiarizado con estas tareas, tampoco sabe hasta qué punto las semillas han sido ya manipuladas por grandes empresas y los intereses de la supremacía alimentaria.
Debemos comprar una vez tras otra las semillas para plantar y obtener sus frutos, porque esos nuevos frutos que producirán las semillas adquiridas, serán estériles y no podremos utilizar sus correspondientes semillas, debiendo recurrir una vez más a sus proveedores, creando una dependencia absoluta de ellos. Es cierto que podríamos pensar que con la agricultura ecológica estamos salvados, pero los proveedores de las semillas son siempre los mismos y es tal su poder, que incluso el tráfico de semillas está prohibido.
¿Qué sucedería si hubiese alguna guerra o catástrofe que acabase con nuestro sistema de vida, lleno de intereses, ciencia y tecnología?. Sencillamente nos acabaríamos muriendo de hambre o malnutrición, una vez agotadas esas únicas semillas que tenemos, que han sido manipuladas genéticamente para que sean estériles.
Algunos dicen que con la manipulación genética, el hombre busca ser Dios, pero no es cierto. Él no tiene ningún interés económico, a pesar de que una cosa es cierta: se deifica a los que tienen ese poder en sus manos, dándoles una soberanía injusta, creándonos su absoluta dependencia, pero con esa manipulación genética, realmente estamos jugándonos nuestro pan del futuro por el interés económico y productivo de una minoría avariciosa y sin escrúpulos.