Desde pequeño he aprendido a hablar en valenciano como la cosa más natural del mundo. Mis padres siempre han hablado en casa haciendo uso de esta lengua, igual que mis abuelos, que casi no sabían hablar en castellano. Pienso que yo he tenido suerte de ser bilingüe y aprender bastante bien los dos idiomas. Quizá hubo algún momento en el que se restringió hablar esta lengua, o también se tildó como de “segunda clase”, pero tiempo después, se invirtió mucho dinero rescatándola y potenciándola, quizá ya en exceso, a veces cayendo en absurdos nacionalismos, quien sabe si a menudo tiznados bajo el nombre de cultura, o como escucho ahora, que incluso constituye una opción xenófoba para los estudios de los hijos, dado que hay menos inmigrantes en las clases en valenciano.
Quizá lo mismo sucede entre los colegios públicos o religiosos. Entonces la lengua y las creencias religiosas, quien sabe si además asociadas a ideales políticos, constituyen unos claros elementos diferenciadores, separadores y si ya los vamos alimentando con la educación en el colegio, entramos ya en los mismos círculos viciosos que han gobernado la humanidad desde siempre, de los que no hemos sacado nada que no sea alimentar el conflicto, la diferencia, la división, por mucho que se hable de igualdad, tolerancia y una diversidad enriquecedora.
Ahora se habla también de recortes, y quien sabe si volverán a recortar el valenciano, pero quizá, siempre acabamos recortando de cualquier parte menos de las estupideces con las que se mueve el ser humano desde que camina por la tierra y que no nos dejan sacar la mano del calabacín, por mucho que creamos haber evolucionado, donde sólo distinguimos gente del pueblo o forasteros; buenos y malos; amigos y enemigos; de derecha o de izquierda; de un color o de otro; creyentes y no creyentes; de este equipo de fútbol o del otro... Está claro que la diversidad está aquí, pero en este sentido, parece que lo que es de uno, siempre acaba siendo mejor que lo que hace, cree, sigue o piensa el otro y aún no lo sabemos llevar demasiado bien, igual que pasa con el lenguaje, que incluso hablando un mismo idioma, acabamos sin llegar a comprendernos. ¿Entonces qué importa si hablamos castellano, valenciano, inglés, chino o rumano?.