CON EL AJO EN EL CULO

Llegaron las fiestas, se supone que motivo de alegría para todo el mundo, unos porque les gusta la fiesta, la viven o participan en ella, y otros porque la aprovechan para hacer algún viaje o descansar del trabajo.

Así, salvo las preocupaciones por la climatología propia de este mes de abril en nuestras tierras, la fiesta debe ser sinónimo de celebración, diversión, alegría, felicidad o descanso y tranquilidad, pero no sé qué pasa, porque me pareció que todo el mundo iba estresado, por ejemplo en el supermercado, todos embutidos allá, como si se acabase el mundo, sin dar tiempo a reponer las estanterías, atropellando para coger mejor turno en la cola de caja; o también conduciendo el coche, de aquí hacia allá, con prisa, haciendo sonar la bocina ante el mínimo imprevisto que nos pudiese producir un leve retraso, o incluso, llegando a colisionar con algún otro vehículo, como también pude presenciar.

Resulta curioso ver que en esta sociedad del bienestar, donde se supone que tenemos todo en necesario para vivir bien y tener una vida supuestamente más cómoda y fácil, en lugar de vivir mejor y más relajados, nos sucede lo contrario que cabría esperar. Así, parece que la gente te salta a la mínima, que no es capaz de comprender, disculpar o perdonar. No tiene paciencia. Por cualquier cosa se puede incurrir en insultos, una demanda o incluso llegar a las manos.

Por supuesto que de alguna manera ha mejorado y ahora ya no nos batimos en duelo con las pistolas o las espadas, pero esto no resta puntos al actual estado de agitación, al que como todo, quizá podemos culpar a la crisis.

Esto me hace preguntarme si estamos preparados para ser felices. ¿Realmente queremos la felicidad, la paz, la tranquilidad?. Parece que de alguna manera el ser humano no acaba de tener muy buena disposición para esto. Me parece que se regodea más con las dificultades, creando de nuevas cada día, buscando problemas, alimentándolos, envidiando, quejándose por todo, moviéndose en este mundo como si todo fueran obstáculos, o adversarios, quizá casi como si fuéramos animales tratando de sobrevivir en una jungla llena de peligros y depredadores.

Quizá es una visión muy negra, con la que no todos podemos estar de acuerdo. Todo depende de nuestra interacción pasiva, activa o indiferente con los otros, o de la capacidad de observación de cada uno sobre el entorno. Igualmente sólo se trata de pequeñas tormentas aisladas por aquí o por allá, que acaban coincidiendo cuando precisamente pasamos por allí.

Tal vez sólo cabe pensar como es nuestra vida y como se mueve la gente de nuestro alrededor más próximo. Y si vemos que reina la armonía, la comprensión y la paciencia, no hace falta preocuparse. Pero si vemos que no es así, quizá hay que hacer algo. ¿Estamos preparados para hacer un esfuerzo en este sentido?.