YA NO TE AJUNTO MÁS

Ahora que la Navidad es ya un recuerdo, que quizá no volverá hasta el año que viene, con sus días festivos, la lotería, los encuentros familiares, sus comidas especiales, las compras y los regalos, y con los niños como verdaderos protagonistas, por unos instantes algunos han tenido la oportunidad de contagiarse de esa alegría y felicidad infantil. Todos los “mayores” nos hemos deseado prosperidad, alegría y felicidad, pero también parece perderse durante el año en el devenir de la vida adulta.

Así, en Navidad, resulta maravilloso ver la ilusión con la que los más pequeños presenciaban la cabalgata, deseando acercarse a alguno de los Reyes para besarlo entre la gran multitud , o como recibieron a los pajes reales entrando por la ventana cargados de regalos, o la sorpresa con la que destapaban cada uno de los paquetes. Pienso que los adultos no deberíamos dejar perder nunca esa ilusión y sencillez con estos pequeños detalles.

Aparte de esto, también hay otras cosas que me sorprenden y es que antes, el día de Reyes, podías ver la calle o el parque lleno de niños estrenando sus bicicletas, los coches eléctricos o de radiocontrol, o verlos jugar con una pelota nueva. Ahora parece que los Reyes deben traer videojuegos, muñecas o juegos de mesa, porque este día cada vez se ven menos niños así por la calle o el parque. ¡Con lo bueno que es jugar al aire libre y relacionarse con otros niños!.

Pero quizá, una de las cosas que más me sorprendió esta Navidad, y de las que pienso que los adultos más deberían aprender, es haber presenciado alguna pequeña pelea infantil, en las una de las implicadas acabó muy enfadada con unas vecinas con las que juega y se juntan mucho: “¡Ya no os juntaré más!”, dijo toda seria y convencida entre lloros. Quizá una frase muy común en esa edad, pero en poco más de media hora, toda ofensa quedó completamente olvidada y volvían a estar jugando como si nada hubiese sucedido.

Está claro que los mayores nos movemos a otro nivel de relación, pero perdemos la capacidad de perdonar de esta manera, nos guardamos las ofensas, miramos ya al otro con recelo o le giramos completamente la espalda, también creamos así prejuicios o clasificaciones de los otros, que quizá ya no cambiaremos nunca...

Son estas cosas las que hacen la vida adulta un poco más complicada y que también quedan una parte importando de nuestra felicidad.