No sé si a causa del verano o también a consecuencia de la ley del tabaco, que las antes llamadas terrazas de verano de bares y cafeterías, van más allá y han llegado a convertirse en una moda que invade las aceras de nuestra ciudad, a pesar de que el frío del invierno ya nos ha llegado.
Siendo así, la gente toma su café o almuerza en la misma acera, viendo la gente pasar, arrimados al calor de una estufa y sin dejar de lado sus chaquetas. A pesar de que yo no soy persona de terrazas, y menos en invierno, me produce gozo ver esa vida que dan ahora, a veces digna de admiración ante la resistencia que presentan al frío.
Esta misma semana, mientras caminaba dando la vuelta a los puentes y un poco más, empujando el carro de nuestra niña, pasamos ante un conocido restaurante cafetería de nuestra ciudad, que también tenía su terraza montada en estas fechas navideñas.
Nos dimos cuenta que dentro había una mujer conocida y mientras yo me quedé en la acera con el carro, mirando la gente pasar o la que había en la terraza, mi mujer entró a saludar y enseñarle a nuestra hija.
En este momento, pasó por las mesas un hombre con poblada y negra barba, pidiendo dinero. Parece que nadie le dio nada y así también se acercó hacia mí, mirando el carrito. Después, parecía irse encaminándose ya hacia el puente con paso vacilante, pero de pronto, cambió de rumbo y volviendo hacia una de las mesas donde había dos mujeres sentadas, con una parsimonia igual como con la que caminaba, tomó "carrerilla" con la garganta, y les tiró un espeso escupitajo, que por suerte no cayó encima del café o de alguna de ellas, sino que quedó como una muestra ofensiva encima de la mesa.
Corren tiempos difíciles y quizá cada vez habrá más gente abocada a la pobreza o con la necesidad de recurrir a la caridad y tener que pedir, pero también hay mucha gente acostumbrada a pedir, a veces exigiendo, y que nunca hacen nada a cambio, asumiendo ese papel de víctima marginada social, a la que parece que todos deban su caridad. Otros prefieren tocar algún instrumento, limpiar los cristales del coche o vender pañuelos en los semáforos. Quizá cualquiera de los dos métodos tiene más o menos el mismo resultado, pero manifiesta la clase de persona que cada uno es: los que piden por necesidad y con dignidad y los que lo hacen como forma de vida.