A todos nos han enseñado desde pequeños a aspirar a ser felices, pero nunca nos han preparado para lo contrario, ni tampoco se puede decir que nos han enseñado cómo ser felices de la manera adecuada, creándonos así unas huellas que gobernarán el resto de nuestras vidas y que será bastante difícil cambiar y que además, iremos perpetrando generaciones tras generaciones. Quizá a menudo nos han inculcado que conseguiremos la felicidad con el éxito, asociado a ganar mucho dinero, con un buen trabajo; también es necesario tener fama o poder y respeto de los otros; una casa grande, un buen coche, y gozar de la estima de la pareja. Sólo hay que añadir ya tener una buena salud.
Quizá teniendo todo lo que hemos anotado, hay muchos que no son felices o viendo que en realidad, todo esto no es fácil de conseguir, nos han enseñado a vivir con la esperanza que todo cambiará y nos irá mejor, o a vivir de las ilusiones, haciéndonos creer que quizá un día nos tocará la lotería, viviendo así con castillos en el aire, que acaban convirtiéndonos en sujetos pasivos a merced de cualquier voluntad ajena. Esto constituye el fracaso de quien no ha sabido hacernos ver que la felicidad no es un bien material que proviene del exterior, sino que la podemos encontrar sólo con la actitud adecuada ante la vida y ante los otros, valorando cosas tan sencillas como la naturaleza o una sonrisa; sin grandes ambiciones materiales, siendo respetuoso con los demás; sin envidiar ni guardar rencores; sin orgullo y con humildad...
Es cierto que muchas religiones lo pregonan, pero a menudo la manera de hacerlo resta credibilidad, porque en realidad son los primeros que no lo practican y al igual que la política, han acabado prostituidas y también parece que puede más la vorágine de un mundo y una vida que se nos escapa, que su práctica real y todo acaba confinado en el lugar de las utopías, desterrando cualquier idea que nos haga ver, más que creer, que un mundo mejor aún es posible, a pesar de que parece que no interesa, porque con esto no se hace ningún negocio.
Así también dicen que un niño ríe multitud a veces al día, pero según nos hacemos mayor, reímos cada vez menos. ¿Porque será?. Quizá porque preferimos alimentar más los miedos, los prejuicios, los rencores, los odios, las envidias,... Entonces parece que sobre la forja de nuestro carácter, acaban pudiendo más las malas vivencias o la gente que también se empecina en ahogar la felicidad de los demás, antes que los buenos pensamientos, las buenas acciones, las buenas experiencias... Adentrados ya en la vida adulta, según nos han ido modelando, también parece que los problemas de desempleo, hipotecas, pagos y el resto hacen que cada vez nos riamos menos. Si lo analizamos un poco, quizá nos percatemos que tampoco nos han enseñado a enfrentar los problemas, inculcándonos la idea que son algo sumamente negativo, ruin, doloroso, de lo que hay que huir.
Todos conocemos demasiado estas cosas. Sabemos también que la risa es la medicina del alma. Pero parece haber una tendencia preferente hacia el lado enfermizo y oscuro de la vida. Así pensamos sólo en nosotros mismos; en llenarnos los bolsillos lo más posible para vivir más que desahogadamente; alimentando día a día nuestro insaciable ego; creyéndonos mejores que los otros... y poco a poco, nos metemos dentro de nuestras propias jaulas, de las que tenemos las llaves, pero nunca nos atrevemos a liberarnos.