En las ciudades hay todo un cúmulo de tráfico de vehículos con conductores sedientos de tiempo que van con prisas por todas partes. Van sorteando los obstáculos que suponen los otros conductores, las señales, los semáforos, los estacionamientos en doble fila, los embotellamientos, los vehículos pesados, los peatones... Todo en una carrera contrareloj para llegar a la hora a su destino. Quizá esto es fruto de la sociedad moderna que nos ha impreso la idea de “el tiempo es oro”, aparte de la forma de vida estresada, consumista, de producción capitalista.
Así, estamos sometidos a los horarios para llevar a los niños a la escuela, para ponerse a trabajar, o para coger el tren o el avión, o para ir a comprar, sin duda, con razón, porque sino, como dicen, esto sería “la belfa la gamba”. Entonces, parece que tenemos muchas cosas que hacer y las queremos realizar en el menor tiempo posible. El trabajo tiene su horario, como también lo tiene el sueño. Así, salvo el tiempo para dormir, trabajar, comer, cagar o mear, y la higiene personal, entre otros menesteres irrenunciables, quizá sólo podemos sacar tiempo desplazándonos a los lugares lo más rápido posible; es decir, en coche o en moto si es dentro de la ciudad.
Pasear e ir a los lugares caminando parece que es cosa de quienes no tienen otras cosas que hacer, de los pobres, de los estudiantes, de los jubilados o de los parados. Pero aun así, hay gente que camina porque es sano, por hacer ejercicio, porque es ecológico y barato; gente a la que no le importa salir de casa antes para llegar caminando y a la hora al lugar; o sencillamente porque caminar es también una afición. Y al igual que los conductores tienen sus obstáculos, no menos se encuentran los peatones: coches apurando el ámbar de los semáforos; otros parados en medio de un paso rebajado para los peatones con carro; otros invadiendo la acera; o los llamados pasos de cebra. Es ante estos puntos, por los que el peatón puede cruzar la calle, donde surge una nueva y arriesgada modalidad deportiva, que requiere mucho valor y agilidad por parte del deportista: el ingenuo peatón.
Ante un paso de cebra se presentan así dos opciones: esperar que dejen de pasar coches para cruzar, porque nadie se para, si no es que caminamos por la Zona Norte; o lanzarse a cruzar ciegamente delante de los coches esperando que se vean obligados a pararse si no quieren atropellar a un peatón. ¡Así se paran! ¡Claro que si! ¡A pesar de que haya maldiciones en boca del conductor! Pero quizá una cosa curiosa es que cuando somos conductores, nos creemos portadores del privilegio señorial de la preferencia y cuando somos peatones, parece que también nos creamos los señores de la calle y las aceras. Estemos en el lado que estemos, siempre somos nosotros los que tenemos el derecho y la razón, y no las otras personas.
Quizá esto es sólo una pequeña muestra de nuestro individualismo, del egoísmo, de la escasa consideración que tenemos por el otro. ¡Y así nos va!
-- Daniel Balaguer http://www.danielbalaguer.es https://sites.google.com/site/danielbalaguer