VENDER LA MOTO

Hace ya más de diez mil años que el ser humano empezó a practicar la ganadería y la agricultura. Entonces, con los crecientes avances tecnológicos de la época, como la mejora de los conocimientos de cultivo y el uso de los animales o las herramientas, empezaron a obtenerse unas cosechas cada vez mayores y esto hizo que no fuera necesario que todo el mundo se dedicase a la agricultura. Así, también fueron surgiendo las diferentes especializaciones en otros sectores como la alfarería y la siderurgia. De esta manera, los excedentes agrícolas empezaron a intercambiarse por otros objetos producidos por estas comunidades especializadas en unos menesteres diferentes a la ganadería y la agricultura. Había nacido el comercio, principalmente como una actividad de intercambio de mercancías, bastante antes de que se crease la moneda.

Así, que hace cerca de diez mil años que el ser humano ha ido desarrollando y perfeccionando la técnica del comercio, unos con más destreza que otros, pero sin duda, todos sabemos vender una idea, un producto, un estado de ánimo... con más o menos habilidad, pero ya de manera innata. A menudo, esta capacidad comerciante ha estado infectada por otra capacidad humana muy antigua, como es la mentira, sobre todo, buscando el mayor beneficio propio. Es decir, en este sentido, somos bastante especialistas en “vender la moto”. Esta es una expresión coloquial muy relacionada con el engaño, que significa destacar cualidades ficticias de un producto para venderlo. Y la capacidad de vender, se traduce en negocio y finalmente, en poder.

Entonces, el que mejor habilidad tiene para vender, es siempre el ganador. Así, hasta somos capaces de vender cosas tan abstractos como la felicidad, la esperanza, la confianza, la salvación, la seguridad, la vida eterna, el castigo de Dios... e incluso, nuestra propia salud, y a cambio de estos maravillosos productos, obtenemos la voluntad de las personas, su dedicación, sus bienes, su apoyo... quizá llegando a convertir a algunas de estas otras habilidosas personas del comercio a gran escala, en poderosas, omnipotentes, privilegiadas, ricas, indestituibles, respetables, necesarias, intocables...

¿Pero que pasa cuando nos percatamos que hemos sido engañados?. Supongo que lo primero que afecta es a nuestro orgullo, el amor propio, al ver que no hemos sabido detectar el engaño. Después podemos manifestar cierta ira hacia la persona que nos ha engañado y finalmente, quizá también acaba traduciéndose con la pérdida de confianza hacia la persona que nos ha engañado o incluso, hacia otras personas.

Y cuando nos han engañado tanto, vendiéndonos tantas cosas de las que no hemos encontrado el sentido real, sino es que en verdad nos atan, nos privan de la libertad... parece que al final nos sentimos derrotados y asumimos nuestras limitaciones, pasando después a mostrar indiferencia y es ahora, la indiferencia, la que se instala dentro de nosotros y también nos acaba dominando. Y así, acabamos convertidos en seres humanos esclavos del consumo, víctimas de los que dirigen este sistema, sometidos a su tiranía, arrogancia y avaricia y por sí fuera poco, parece que aún lo asumimos y acabamos aceptando que nos quiten los derechos sociales, que nos bajen los sueldos, que nos alarguen la edad de jubilación, que nos suban los impuestos... y un largo etcétera que nunca se dice en la campaña electoral porque lo que siempre hacen, es vender la moto y esta vez, hemos pagado más de lo debido por un trasto que ni siquiera es una moto, sino quizá una bicicleta vieja, oxidada, sin sillín y con las ruedas pinchadas.

¡En fin!. ¡Quizá siempre podría ser peor!, porque incluso nos han enseñado aquello que dice: “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Ahora bien, ¿volveremos a consentir que esto suceda de nuevo?. ¿Nos apretaremos el cinturón al mismo tiempo que también nos bajaremos los pantalones?.