EL SECUESTRO

El otro día, aprovechando una tarde de fiesta, me acerqué paseando por la plaza a ver los ornamentos navideños con mi sobrina y allí mismo, presencié la conspiración de un secuestro, cosa parece bastante habitual en nuestra ciudad por estas fechas, pero quizá no diciéndolo tan descaradamente delante de la gente. Era una mujer de unos cuarenta y tantos años, ataviada con gafas, sombrero y una chaqueta, con uno de sus brazos vacío, pero que parecía esconderse bajo la prenda. Esta mujer, sin ningún tipo de pudor, anunciaba públicamente sus intenciones: iba a secuestrar al niño del Belén de la plaza. Incluso, pasando por encima de la cuerda que delimita hasta donde nos podemos acercar, lo cogió de una mano para levantarlo en alto y sopesarlo, ante la mirada atónita de unos abuelos que en aquel mismo momento estaban mirando el nacimiento con su nieto, y yo, que iba con mi sobrina de seis años.

De repente, en un momento de lucidez que el alcohol que destilaba por su aliento le permitió, se percató del público que había y los niños que la miraban despavoridos y que no tardaron mucho al huir.  Dio unos pasos atrás y dijo que se esperaría a que pasaran los Reyes, pero que mientras tanto, se llevaría un poco de paja. Así, empezó a llenar una pequeña bolsa de una perfumería con paja, mientras les daba toda clase de explicaciones al inmutable toro, la vaca, San José y la Virgen María y en seguida se fue, mientras nosotros acabábamos de observar la escena desde la distancia, pensando que quizá había que llamar a la policía si se decidía por cumplir sus propósitos sin más demora.

Cuando aquella mujer desapareció de la escena, pronto se acercó aquel hombre mayor que había huido con su nieto, mientras su mujer aún le esperaba a una distancia prudente de los acontecimientos que acababan de suceder, preguntándonos como había acabado la cosa y qué iba diciendo aquella atrevida mujer.

No sé muy bien qué gracia piensa que puede albergar la gente que necesita hacer cosas como estas o la que se dedica a causar todo tipo de daños en los espacios públicos, fachadas, calles, etc. Quizá algunos lo hacen con un estado de embriaguez del que no son demasiado conscientes, pero otros lo hacen de manera muy consciente.

Lo cierto es que entre mierdas de perros, pintadas en las paredes, robos en el cableado del alumbrado público, coches aparcados en doble fila o en los pasos para los peatones, o ruptura de bancos, barandillas señales o paradas de autobús,... me cuesta creer que cada vez somos más cívicos y menos agresivos. Ciertamente hemos mejorado en algo, porque ya no vamos con pistolas o espadas batiéndonos en duelo por cualquier ofensa, pero aún nos queda mucho que aprender sobre la convivencia con otras personas. ¡Claro que así nos va todo!.