EL IMPERIO CONTRAATACA

El pasado miércoles iba yo tranquilamente caminando por uno de esos oscuros rincones de nuestra ciudad, que por mi profesión, suelo visitar a diario, y de repente empecé a oír gritos. A medida que iba avanzando, empecé a ver gente y más gente mirando desde balcones y ventanas, que por cierto también comenzaron a gritar o a preguntar qué sucedía.

Era tarde y el día empezaba a confundirse con la noche, pero llegando ya a mi destino, pude ver bien de qué se trataba: una pelea entre dos muchachas, una más gorda y otra más delgada. Iban peleándose y moviéndose al mismo tiempo dentro de un pequeño círculo de espectadores hambrientos de acción. Había patadas voladoras, puñetazos y estirones de pelo animados por la concurrencia, que también animaba a que continuasen pegándose o diciendo a que dejaran que se pegasen, y con sorpresa, entre los gritos que parecían los del patio de la escuela en un acalorado partido de fútbol, oí alguien que también pedía a que se mordieran.

Poco después empezaron a salir de todos los rincones niños y mayores hacia el lugar de la batalla como naves de combate, dispuestas a atacar o defender su imperio. Empezaron a juntarse una cincuentena de personas, de esas que la sociedad arrincona en una barriada. Quizá era una situación que a mucha gente podría causarle miedo y pasaría deprisa para irse lejos lo más pronto posible.

A mí me resultaba una situación emocionante, pero carecía de muchos detalles de la historia. Además, yo debía entrar en la finca pasando por en medio de la pelea, que por suerte fue moviéndose un poco hacia la derecha y pude pasar como si nada sucediese y quizá sin que nadie se percatara de mi presencia ajena, como las cámaras que graban una película.

Tardé unos quince minutos en salir, después de contarles los acontecimientos con sorpresa y emoción a las personas que debía visitar. Ahora, desde la puerta de la calle, vi que la pelea estaba situada a unos quince o veinte metros y había una mujer mayor que destacaba en aquel círculo, con los cabellos largos, rizados y negros, vestida también de negro, que bien podría parecer “Dar Bader” y que gritaba con autoridad mientras las dos protagonistas continuaban buscando vengar la ofensa causada por la otra.

A veces hablamos de integración; queremos luchar contra el racismo; quizá queremos que todos seamos iguales y nos comportamos civilizadamente, como seres evolucionados, pero aún queda mucha gente que quizá no ha evolucionado tanto y que no acaba de integrarse en nuestro modelo, en apariencia abierto a la tolerancia, pero desde lejos, como un ideal porque lo cierto es que poco invertimos en ella.

Otros, en cambio, a pesar de que esté mal visto, no dudan al declararse racistas, porque esta gente que la sociedad rechaza, no deja de darles más motivos que alimentan el racismo.