ALQUILAR UN CERDO

Hace poco más de un año alquilamos un piso a una joven pareja. Lo cierto es que no nos hacía ninguna gracia alquilarlo, porque se oyen tantas cosas por ahí, que puede convertirse en una arriesgada aventura, con la que te pueden destrozar el piso, vaciarte su contenido, o vivir una larga temporada sin que te paguen, ni poderlos echar hasta que salga el juicio, mientras tú tengas que hacerte cargo de todos sus gastos, quizá entre otras cosas.
Nosotros lo hablamos con el abogado e hicimos un contrato en el que inventariamos hasta el más pequeño detalle del piso y finalmente lo alquilamos. Lo cierto es que algunos de nuestros vecinos notaron el cambio. Como se dice por aquí, nosotros no hacíamos ni polvo ni remolino, en cambio, a los nuevos inquilinos si que se les oía bien, cuando no gritándose, con la música o la televisión muy alta, pero bien. Tampoco hubo nada más destacable. El tiempo pasó y por lo menos nos pagaban el alquiler, a pesar de que fuera sin demasiada puntualidad y con alguna factura colgada, pero según están las cosas, puede ser comprensible y al fin y al cabo, acababan pagándolo.
Al cabo de poco más de un año, aquella pareja debió dejarlo y después de bregar con los cambios de nombre del agua la luz y el gas y descontarles de la fianza una de las facturas colgadas, decidimos volver a la casa, dado que pensábamos ya en hacer crecer la familia y aquel era un piso demasiado grande para vivir nosotros dos solos. Y es en aquel momento cuando nos percatamos de la suciedad que había por todas partes, además de los agujeros que destacaban por todas las paredes y techos, pero sobre todo, ese extraño olor que notábamos al entrar un día tras otro y que aún parece no haberse ido, incluso, después de pintarlo todo de nuevo.
Encima de los radiadores había casi tanta suciedad como en el motor de un coche. Con la cal de la ducha y la bañera, se podía sacar piedra suficiente para hacer de nuevo la Sagrada Familia, por no hablar del moho. El fregadero de la cocina, que originalmente era blanco, estaba amarillo. Los interruptores de la luz y todos sus alrededores, estaban negros de manotadas. También tuve que desmontar la taza del váter para poder quitarle ese “caldo espeso y amarillo” que había en cada una de sus juntas y casi debo utilizar una amoladora para quitarle la cal. Pero lo peor de todo, es el horno, al que aún no me he atrevido a meterle mano y si no fuera porque tenemos una economía ajustada, lo tiraba para comprar otro nuevo.
A pesar de esto, aún podemos dar gracias que no se han llevado los electrodomésticos como la lavadora, la nevera, la caldera de la calefacción, el horno o la vitrocerámica y que por lo menos pagaran el alquiler.
En fin, así está el mundo y si a veces no somos capaces de cuidar nuestras cosas, parece que menos vamos a cuidar todo lo que no nos pertenece. Y si no nos preocupa el hogar donde vivimos, su orden y su limpieza, qué más nos da que haya basura en la calle o dejarla en cualquier paraje natural o barranco. Y después, ¿como vamos a transmitir orden y respecto a nuestra descendencia?.