EL PRECIO DE LA VOLUNTAD

Caminaba un día por la calle y me encontré a un hombre que apelaba a mi voluntad para poder dar de comer a sus numerosos hijos aquel día. Sin pensarlo demasiado, le asigné un valor a mi voluntad en forma de tres monedas, creyendo que quizá, mi aportación iba a ser invertida en otros menesteres que no fuesen la alimentación de unos hijos desolados y hambrientos.
Le di de comer sin haberle enseñado a pescar. Aquel día el mundo iba a continuar igual que el día anterior y que el anterior del anterior, porque tú, te habías topado ya con aquel hombre u otro parecido en otra ocasión. Los dos hicimos lo mismo.
Otro día, tu y yo nos encontramos y sin saber cómo, surgió el tema: los dos teníamos clavado el aguijón de aquel hombre que pedía comida. Protestamos ante las autoridades; lo denunciamos en la radio y la prensa: “Hay un hombre que hoy tenía dificultades para dar de comer a sus hijos”. Pero todo se quedó en oídos sordos. Nadie nos dio solución alguna. Mi vecina viuda quiso apoyar nuestra causa; después se apuntó un joven universitario. Llegamos a ser siete los preocupados por aquel hombre. Lo buscamos un día y otro y otro más, pero no apareció; aunque en el camino, encontramos a cuatro más como él, que además de no tener para comer, tampoco tenían donde dormir. Tres de nuestros compañeros se marcharon decepcionados por un sistema en el que ya no creían. Por nuestra parte, con un garaje, unas mantas y un cocido, los “sin techo” comieron aquel día y durmieron a salvo de la lluvia. A la noche siguiente había más bocas que alimentar y más calor que ofrecer.
Nadie nos había pagado; lo hacíamos por propia voluntad; porque nos preocupaban los demás; porque nos aburría un mundo siempre igual de acomodado; porque le pedíamos algo más a la vida.... Era necesario hacer mucho más, aunque carecíamos de recursos. Un empresario se solidarizó con nosotros y tras algunos trámites, aquel tres de marzo se creó nuestra asociación.
Vimos que a nuestro alrededor estaban surgiendo otras asociaciones de voluntarios preocupadas por los discapacitados; por los ancianos; por las mujeres maltratadas; por los inmigrantes; por los enfermos de alzheimer; por los niños marginados... Por aquel entonces empezaba a estar de moda ser voluntario.
Poco después, nos dimos cuenta de que mi vecina tenía nuestra compañía; el universitario llenó su curriculum; al empresario le desgravaron en los impuestos y tuvo prestigio social; y yo... me sentí a gusto conmigo mismo; pero entre todos, le pusimos un parche al sistema capitalista, que por supuesto, apoyaba toda labor voluntaria.
Pasaba el tiempo en forma de semanas, meses, años. Yo me cansé y no encontré un relevo para llevar mi testigo. La vecina enfermó. El universitario encontró novia y se fue a buscar trabajo y el empresario prefirió invertir en bolsa.
Parece que ser voluntario ya no estaba de moda. ¿Dimos nuestra voluntad o alimentamos nuestros intereses?.