EL DÍA QUE PISARON LA LUNA

Hace mucho de tiempo, había un hombre llamando al timbre y no le abrían la puerta. Quería cobrar unos recibos y dada la insistencia de aquel hombre, sin dar ninguna explicación, la madre acabó diciéndole a uno de sus hijos que se acercara a la ventana para decirle que su madre no estaba. La misma escena se repitió en otras ocasiones. Una situación semejante también sucedió cuando una mujer le dijo a su marido que aquel televisor nuevo lo habían obtenido como premio por comprar una determinada marca de galletas para su hijo o que la nueva lavadora casualmente también la habían ganado en una rifa. Quizá las adquisiciones de una mujer las pagaban los recibos pendientes de la otra.
De la misma manera, el político le dijo a aquel hombre desesperado a que se pasara por su despacho y él le daría un puesto de trabajo que en realidad no tenía, pero nunca le dijo donde encontrar el despacho o si realmente podría llegar hasta él. Solo se libró de una situación incómoda.
Una vez más el marido llegaba tarde en casa diciendo que venía de trabajar, cuando en realidad acababa de ver a su amante. Un hijo también le decía a su madre que no podría verla aquel día porque estaba muy ocupado, cuando en realidad no le apetecía mucho ir a visitarla. Una madre que compraba teléfonos compulsivamente le decía a su hijo que se los habían regalado. También una chica hablando con sus amigos decía ser amiga de la famosa cantante que en realidad no conocía, pero que hizo que todos le prestaran más atención en la conversación.
Lo que pueden parecer escenas de una u otra película acaban reflejando la cantidad de mentiras que tenemos a nuestro alrededor. Con algunas de ellas nos lavamos la conciencia diciendo que son mentiras piadosas que son utilizadas para evitar un mal mayor y que acaban dando la razón a quien dice que el fin justifica los medios. Pero en realidad no dejan de ser mentiras y no son más que peligrosas trampas para la conciencia, que a veces pueden acabar impermeabilizando y haciendo de la mentira un hecho demasiado habitual en nuestras vidas.
Pienso que los fundamentos que nos hacen utilizar las mentiras son la falta de confianza, el miedo, la falta de comunicación, el deseo de protagonismo... que en realidad acaban construyendo peligrosos puentes con maderas carcomidas que nos pueden hacer caer a nosotros mismos en un precipicio y que también pueden arrastrar a otra gente.
Pero como dicen, antes se coge a un mentiroso que a un cojo.