LA RANA EXPERTA EN JUICIOS

Había una vez una rana que vivía en una laguna bajo un gran puente de hormigón. Esta rana se pasaba el día trabajando en los fangos, porque lo cierto es que no tenía estudios. Cuando acababa su jornada de trabajo, no hacía otra cosa que hablar de fútbol, política, gente de las revistas del corazón, “sapos y culebras”. Era una rana idealista que nunca había salido de aquel estanco, no obstante era experta en toda clase de aguas en ríos, lagos, embalses y pantanos, incluso de agua salada.
Pero esta rana no era del todo feliz. Constantemente esperaba a que viniera el príncipe de la lotería y la sacase del fango, pero el príncipe nunca llegaba. Mientras le esperaba con una ilusión constante, llenaba su tiempo juzgando todo lo que hacían las otras ranas, los peces, las libélulas, las sanguijuelas, los sapos, las serpientes y mosquitos de la laguna: que si el alcalde, que si el presidente del gobierno o la de la oposición, que si los homosexuales, que si los capellanes, que si la vecina divorciada, que si los drogadictos, que si los inmigrantes, que si la sociedad... Parece que desde su punto de vista, en comparación a ella misma, todo el mundo tenía defectos.
Para ella era todo un asco vivir en aquella laguna en la que nadie le preocupaba que a las personas tiraran latas y otra clase de desperdicios, o las tortugas extranjeras se comieran los peces, o las algas invadieran las aguas, o los mosquitos transmitieran enfermedades. Ella era una víctima más de la forma de vida de la laguna. Así soñaba en el día en que el azar llamara a su puerta con el premio de la lotería, día en el que podría mirar a los otros por encima del hombro, haciéndoles ver que era mejor que los otros, que había triunfado y dejaría por fin aquella caótica laguna. Y mientras aquel día llegaba, en lugar de hacer nada por mejorar su entorno y la miseria de su vida, esperaba que su suerte cambiare, pero mientras esperaba, no hacía otra cosa que esperar. Así, el tiempo pasaba.
A menudo oigo la gente hablar y parece que todos nos creemos expertos en toda materia. A veces nos creemos bastante sabios para dar consejos y por supuesto, juzgamos las actuaciones de los otros, como si nosotros fuésemos auténticos modelos de perfección. Pero si tan buenos somos, quizá hay que preguntarse ¿que hemos aportado nosotros a la humanidad o nuestro entorno para mejorarlos?. Fácil es hablar, incluso escribirlo, pero el verdadero reto, es actuar. Así hay que mejorar las relaciones con los nuestros semejantes, que tendrán tantos defectos como nosotros mismos, fomentando el respeto, la lealtad, el afecto, la comprensión, el perdón... Y juntos creceremos como personas, como hermanos.