LAS CIEN MEJORES BOFETADAS

Un día estaba yo viendo la televisión, y me resultó curioso ver que estaban hablando de la existencia de un ranking mundial en el que se identificaba a las cien personas más ricas del mundo, entre las que curiosamente hay trece españoles. Otro día cambiando de canal mientras buscaba algo interesante que ver, encontré un programa en el que también enseñaban las casas de algunas de esta élite de personas.
Para mí, lejos de mostrarme orgulloso por mi fortuna y éxito delante de los otros, me caería la cara de vergüenza al demostrarle al mundo que mi propósito es amontonar una riqueza exclusivamente para mí y mi bienestar, con lo que por mis capacidades y dedicaciones, me puedo considerar superior a los demás y por tanto, debo tener más que los otros como una recompensa a mi propia forma de actuar.
El mundo está distribuido de manera que cada uno te unas capacidades o dones y no hay unos mejor que otros, sino que todos son necesarios. Así hay gente con la capacidad de dirigir, otros con la de divertir o distraer, otros con la de trabajar, otros con la de curar, otros con la de crear, también con la de construir... y así hasta cada uno de nosotros.
La suma de todos estos dones o habilidades es lo que nos permitiría vivir en un mundo mejor, en el que cada uno desarrollaría su papel no para sí mismo, sino para el funcionamiento común, haciendo un conjunto perfecto y estable, en el que nadie es mejor que el otro; seríamos como un cuerpo en el que cada órgano es necesario y no hay ninguno mejor o más necesario que otro. De no actuar como una parte del cuerpo, sino buscando sólo el interés propio, es comportarse como un tumor, que persigue su propia reproducción y subsistencia a costa de la totalidad del cuerpo, incluso al punto de contribuir a la destrucción del organismo en el que habita y por tanto también su propia autodestrucción.
Esto nos puede parecer una utopía que nos hace dependientes unos de otros, pero en una sociedad como la nuestra, ya es así y en realidad dependemos unos de otros; la única diferencia es que les damos más importancia y reconocimiento a unas personas que a otros, cuando en realidad no hay escritores sin lectores, casas sin obreros, vendedores sin compradores, médicos sin enfermos, mecánicos sin coches, maestros sin alumnos, futbolistas o cantantes sin sus seguidores, sillas sin gente que necesita sentarse... cada uno tiene unas capacidades y funciones que ejercer en este mundo.
Sin duda el mundo sería otro si compartiésemos nuestros dones no para beneficio propio, sino para el de todo el mundo. Exhibir con orgullo la propia fortuna es darle una bofetada a cada persona en cualquier parte del mundo que no tiene para comer, trabajo o casa, cuando en realidad son ellos quienes la merecen.
Es toda una muestra de menosprecio por los otros no tratar de hacer que su vida sea mejor, más fácil y feliz; cosa que aparte de altruismo, también se llama amor. Está claro que no hace falta estar entre esas cien personas más ricas del mundo, sino que, a su nivel, cada uno también puede tratar de hacer que la vida de los otros sea mejor, porque una cosa también es cierta: si los otros están mejor, nosotros también estaremos mejor.