Es indiscutible el gran auge que han cobrado las telecomunicaciones en los últimos veinte años. Así, las ventas de teléfonos móviles, desde su creación, han crecido de forma exponencial y cada vez más personas tienen Internet en sus pequeños dispositivos de bolsillo. Por el momento, salvo disponibilidad de la cobertura y carga de la batería, podemos comunicarnos fácilmente desde cualquier parte con personas que están en otro lugar del mundo. Además, las redes sociales también constituyen un gran punto de cita, encuentro y contacto o con el que compartir diversa información. No cabe duda pues, que esta tecnología, en gran medida facilita la comunicación. Pero a veces este progreso también se convierte en un intermediario excluyente del trato cara a cara.
Por poner algún ejemplo reciente que conozco, sé de dos hermanas se comunican entre ellas desde habitaciones contiguas a través de la mensajería instantánea de sus dispositivos móviles, en vez de ir una a la habitación de la otra y hablar personalmente. También sé de casos que han dado por finalizado un noviazgo por teléfono o mensaje de texto. De este modo, si en ocasiones carecemos del valor o las ganas para decirle a la cara algo a una persona, el móvil también es nuestro aliado, y con un mensaje de texto, fácilmente queda el asunto zanjado.
Así, parece que esta cómoda y práctica tecnología también resta presencia y calidez a la comunicación de persona a persona, dotada del tono de la voz, el contexto y los gestos que la enriquecen.
Está bien disponer de la tecnología, que al fin y al cabo está para ayudar y facilitar las diferentes tareas al ser humano, pero si no queremos deshumanizarnos o convertirnos en seres fríos y distantes, creo que en ningún caso debería ser el sustituto de la comunicación y la relación humana directa, que igualmente debemos potenciar al lado de la tecnología.
-- Daniel Balaguer http://www.danielbalaguer.es https://sites.google.com/site/danielbalaguer