LA VOZ DE LA EXPERIENCIA

Hace ya muchos años, acabando de dejar atrás la adolescencia, me puse a trabajar en una fábrica del metal. Allí había gente trabajando desde hacía muchos años, incluso, algunos desde antes de entrar en la adolescencia. Así todos tenían sus rutinas y hábitos de trabajo forjados a lo largo de los años. La mayoría de ellos vivían quemados ya por el esfuerzo físico, con la espalda dolorida y por el trato recibido y la poca vida que gozaban, porque entrábamos de noche y salíamos de noche. Todos hacíamos jornadas de once horas y también trabajábamos el sábado de mañana.
Como yo era nuevo, no conocía ningún procedimiento de trabajo y empecé a hacer algunas cosas según me parecía, porque para el patrón, el que enseña no produce, así que no hacía falta invertir enseñando a las nuevas incorporaciones; ellos ya se cogerían a la marcha de trabajo. En algún caso, mi manera de proceder resultó más ágil y efectiva y algún compañero me llamó la atención, diciéndome que no debía trabajar así y era necesario que me relajara un poco. ¡Curioso!.
Pasaron los años y empecé a estar tan quemado como la mayoría de ellos con las inacabables jornadas de trabajo, con el trato que nos daba el encargado o el patrón, para quien parecíamos ser animales de carga. Empezó a formarse cierto carácter agresivo, a pesar de que todo fuera de boca. Quería vivir, reivindicar derechos, quejarme por el trato recibido. Parece que iba mordiendo por todas partes. Entonces entró a trabajar un adolescente a quien yo ya le sacaba bastantes años. Quizá viendo mi carácter, este un día me dijo: “se consigue más lamiendo que mordiendo”. No quería decir que hay que ir de “lame culos” o pelota por el mundo, sino que una lengua afable consigue más que la lengua afilada. Era toda una lección de alguien bastante más joven que yo.
A menudo relacionamos la edad con la madurez, y también son las experiencias vividas las que igualmente pueden determinar la madurez de una persona. Así, a más edad y más experiencias, podemos deducir que hay más madurez. Entonces parece que a todo el mundo le desagrada que alguien más joven mande sobre él o le diga cómo debe hacer las cosas o demuestre sabiduría, porque se supone que el adulto tiene siempre la mejor perspectiva.
Pero, ¿qué son las experiencias sino vivir determinadas circunstancias personales muy concretas?. Sabemos que una misma circunstancia puede ser vista de manera diferente por personas diferentes, dependiendo de la cultura, la educación, las relaciones personales, el optimismo o el negativismo, o el estado de salud emocional de esa persona, o incluso la influencia del pensamiento de otros.
También se dice que la mente joven está más abierta, es más plástica y modelable. Por contra, la mente adulta va cerrándose más cada vez y afianzándose así con sus propias convicciones, en baza a sus propias experiencias, educación e influencias recibidas en sus relaciones con otras personas a lo largo de toda su vida. Entonces debemos saber ver que la opinión de cada uno siempre está dotada de gran relatividad, es decir, nunca es absolutamente cierta. ¿Y si buena parte de lo que nos hubieran transmitido hubiese sido una gran mentira adornada con intereses o tradiciones y pequeñas pinceladas de verdad?.
Por tanto, a veces no hace falta subestimar tanto la gente joven, porque siempre nos pueden dar grandes lecciones y no han sido tan manipuladas. Realmente la madurez consiste al saber ver los errores y sabernos adaptar al entorno, asumiendo de manera responsable las consecuencias de nuestros actos y decisiones. Así quizá hay que saber diferenciar la madurez de las experiencias y la sabiduría, y combinarlas con las perspectivas de la mente adulta y la mente joven, porque sólo podemos alcanzar el conocimiento con amplitud de mira.