EL PODER DEL FÚTBOL

A mí no me gusta nada el fútbol. Es más, igual me da que pierda o gane un equipo o el otro. No me provoca la menor alegría, interés o emoción, tanto en una liga local como mundial. Sencillamente no lo entiendo. Un compañero dice que el ser humano necesita alimentar el sentido de pertinencia a algo mayor que el propio individuo, pero a mí no me ha contagiado la bacteria de la afición. También debo decir que si por ganar, al cortar el acceso en la plaza, deben pasar todos por la estrecha calle donde vivo tocando el “pito”, a menudo deseo que no ganen nunca y esto sí que es una emoción claramente manifiesta. Me irrita enormemente esa procesión de gente chillando, pitando, y haciendo toda clase de ruidos con los motores de sus coches, y más por la noche, cuando más me apetece encontrar paz y descanso en mi hogar para así poder madrugar al día siguiente. Debo decir que me alegra enormemente de que la gente tenga alguna satisfacción en su vida, pero tampoco creo que haga falta “hacer el borrego”. No entiendo porque manifiestan tanto su alegría provocando ruido y estorbando los otros durante horas. Mi perro piensa igual que yo. No para de ladrar ante los cohetes y los cláxones, cosa que aún alimenta más esa oscura faceta mía.
A pesar de esto, si que hay una cosa para mí digna de admirar en el fútbol: y es la pasión, la alegría y la emoción que es capaz de despertar en los aficionados, haciéndolos sentir, por ejemplo, los mayores patriotas ante el éxito de la selección; dejando las calles vacías para concentrarles delante de los televisores, como si de un toque de queda se tratase; haciéndolos a todos olvidar la política, el paro, la subida de los impuestos o la crisis. También crea ciertos momentos de hermanamiento para ver un partido, vistiendo una camiseta y compartiendo esa emoción que transmiten las jugadas y más si llevan al éxito. Me emociona ver a la gente plenamente satisfecha y feliz por unos instantes sólo con un simple juego. Eso denota la gran sencillez del ser humano.
Pero también resto mucho a su favor el hecho de que mucha gente aprovecha para surgir de la represión y la rutina de sus vidas, por ejemplo cuando arremeten contra los aficionados del equipo rival o cuando se dejan arrastrar y hacen gamberradas que atentan contra el orden y la limpieza de las ciudades... Así también, por ejemplo, la semana pasada un aficionado, ondeando la bandera nacional en medio de la calle, como si de un torero delante del toro se tratase, casi tumba a mi mujer cuando volvía hacia casa en la moto a las diez de la noche después de acabar de trabajar. Literalmente la toreó. Menos mal que no le hizo una estocada. En este sentido, es un consuelo pensar que mañana ya se habrá acabado todo y la vida volverá a su rutina, a su calma.
Pero al fin y al cabo, no escribo para hacer una critica, a pesar de que me he dejado arrastrar, viendo que pasan ya de las doce de la noche, continúa ese paso de coches y gente gritando y el sueño me vence. Me hace pensar que a pesar de las circunstancias adversas la gente puede ser feliz y la felicidad no es una cosa que nos puede venir de fuera, sino que nosotros somos capaces de sacarla de nuestro interior. Quizá sólo necesitemos un estímulo externo. Seguramente si pusiésemos la misma alegría, ganas, ilusión, hermanamiento... en las actividades de la vida diaria, crearíamos un gran cambio en nuestro entorno que podría contagiar a mucha gente, que quizá no duraría lo que dura una liga, sino toda una vida.
Pero es triste que a pesar de la alegría de haber ganado una copa del mundo, se vea nuestro país como un lugar en el que no entenderemos de política o no se invertirá en puestos de trabajo, pero lo que es en fútbol, entendemos e invertimos mucho, porque la ilusión que pueda traernos será siempre muy efímera.