SINÓNIMOS Y ANTÓNIMOS

Hablar de Dios o del demonio parece que son cosas que hacen reír y nos parecen cosa del pasado o de un pensamiento primitivo o poco evolucionado, pero sin duda representan unos conceptos interesantes de repasar, a pesar de que como el yin y el yan de otras filosofías o creencias, igualmente forman parte de un pensamiento dualista que se basa en la diferencia: la fuerza del bien, frente a la fuerza del mal; la de la creación frente a la de la destrucción, la del equilibrio frente al desequilibrio.
Por una parte, Dios representa el bien, la fuerza creadora, la luz, la justicia, la paz, el amor, el espíritu, el perdón, el verdadero camino... Como Señor de toda la creación, pide una relación con él y el reconocimiento de su obra y poder, con una actitud nuestra de agradecimiento y disposición a hacer lo que él nos pide, dado que es lo mejor para nosotros y también para los demás. Para creer todo esto, es necesario apoyarse en una cosa tan intangible o abstracta como la fe y asociarnos en la comunidad de la iglesia para apoyarnos unos a otros, dadas nuestras limitaciones y debilidades, para llegar a ser uno a imagen de Cristo, respondiendo también al principio de unidad y universalidad.
Por otro lado el demonio representa el mal, la fuerza destructora, la oscuridad, la injusticia, la guerra, el odio, la carne, la venganza, el camino alternativo... Es la rebeldía al poder y el conocimiento de Dios y nos reta a no someternos a él y hacer y deshacer por nosotros mismos hasta llegar al conocimiento propio. Sólo necesita de nuestros sentidos y necesidades terrenales para gobernarnos, haciéndonos creer que somos libres. Crea o señala las diferencias entre los seres humanos, dividiendo los entendimientos. Alimenta una identidad propia nombrada ego, que resulta insaciable y siempre nos hace creer que somos mejor que el otro, que nuestro camino es el más acertado. De esa diferencia, sale la incomprensión, la intolerancia, el menosprecio, el rechazo, el odio, y después de las primeras manifestaciones de la violencia, finalmente aparece la guerra: entre comunidades, vecinos, socios, hermanos, iglesias, partidos políticos, equipos de fútbol, marcas comerciales, religiones, culturas, sexos, razas, naciones...
Podemos elegir en qué bando estar: el del bien, con la unidad, el amor, la igualdad, la justicia, la sinceridad, la lealtad, la paz... o el del mal, con la división, el odio, la diferencia, la injusticia, la mentira, la traición, la guerra... Sabemos perfectamente donde nos conduce cada camino. Entonces no nos quejamos ante las consecuencias de la decisión equivocada.
Pero si queremos cambiar la dirección de nuestra vida, ¿cómo podemos librarnos de toda la carga, intereses o las diferencias vividas y aprendidas durante siglos y generaciones que tanto nos desvían de la unidad?. ¿Seremos capaces de aceptar que quizá muchas cosas no son como nos las han hecho creer?. ¿Seremos capaces de dejar nuestras diferencias y trabajar para hacer un mundo mejor, donde el mérito no será nuestro, sino de Dios, nuestro guía verdadero?. ¿Seremos Cristianos tan cómodos que esperaremos una segunda venida, cuando realmente la manifestación de Cristo debe venir en cada uno de nosotros?.