ARTE-SANO

Han llegado esas fechas que, entre compras y regalos, destacan por las copiosas comidas, claro que entre quienes aún se las pueden permitir. Hablando de comida, quizá con cierta frecuencia los consumidores podemos ser fácilmente engañados, sobre todo en los supermercados, cuando ya nos venden producto con la etiqueta de “artesano” como queriendo dar a entender que no es tan artificial como otros productos. Todo forma parte de las técnicas de publicidad que persiguen la venta de un producto y se cogen a cualquier detalle para alcanzar su fin. Los consumidores hemos de saber que un producto hecho a mano, es decir, artesano en al menos una parte de su procedimiento de elaboración, no significa lo mismo que ser un producto sano, hecho con ingredientes naturales.
Lo que tal vez no nos paramos a pensar es que una producción industrializada, en masa, con gran volumen, requiere de conservantes, estabilizadores, potenciadores de sabor, etc que no utiliza la comida natural, casera y verdaderamente artesana. Y esa comida que nos hacemos en casa, sin todos esos aditivos, que hemos de comer en pocos días porque si no se estropea, nunca podrá ser comparada con algo que lleva una etiqueta de “artesano” y que realmente de sano tiene poco, que encima está a un precio imbatible para la comida verdaderamente casera, porque comer alimentos precocinados es indiscutible e incomparablemente más barato que comer sano, con ingredientes naturales y más si estos son ecológicos.
Y así, adentrándonos también en la comparación y guerra de los precios, sin darnos cuenta, se llegan a cambiar ingredientes concretos por otros similares más baratos, conservando en todo caso la apariencia del envase, en el que únicamente consta con letra pequeña el verdadero ingrediente. Los consumidores, que parece ser que leemos poco, nos dejamos llevar por esa imagen de un girasol en una botella para creer que estamos comprando aceite de girasol cuando en realidad es de semillas; o compramos ese bote de brotes germinados creyendo que se trata de soja cuando en realidad es una variedad de judía.
De este modo, con sutiles cambios y determinadas palabras, los consumidores somos engañados y nos acaban alimentando con productos que van mermando su calidad, artículos que buscando mantener o incrementar los márgenes de beneficio, se abaratan en su producción. Y claro, como la economía está mal para todos, los consumidores, que también miramos por nuestro bolsillo, nos vamos dejando arrastrar a veces sin darnos cuenta u otras de manera forzosa, hacia un tipo de comida que quizá cada vez se acerca más a la comida para animales.

Es triste ver que comer sano y bien, es ya un lujo, y que la comida verdaderamente accesible sea aquella que más puede dañar nuestra salud. Comer bien y sano debería ser un derecho para todos, no un juego de negocios, intereses, beneficios y lucros.