MEDIDAS DESESPERADAS

Hoy hay una mujer divorciada más. Hacía ya tiempo que la situación en casa era desesperada. El hombre no hacía nada. No trabajaba, tampoco atendía los hijos, ni contribuía en las tareas de la casa. También había empezado con el alcohol. El tiempo pasaba en forma de horas días, semanas, meses y años y nada cambiaba. Ella debía trabajar para poder pagar la hipoteca y la comida, además de todos los otros gastos de la casa y las necesidades de los hijos, a los que también debía dedicarles atención y tiempo. Después debía hacer las camas, cocinar, limpiar la casa y si un poco de tiempo o ganas le quedaban, quizá debía amar a su marido, que se pasaba el día en casa, sin salir más que a comprar tabaco o cerveza, hasta que también decidió comprarse un ordenador con tarifa plana de conexión a Internet, por sí la economía doméstica no estaba suficientemente magullada.
Después de pasar mucho de tiempo pensando en la decisión de divorciarse, reunió el valor necesario y se lo dijo. Su marido se mostró totalmente indiferente, como si no se lo creyese; como si estuviese convencido de que eso realmente no acabaría sucediendo. Con paciencia, ella le fue repitiendo su decisión un día tras otro, hasta que el marido empezó a percatarse que iba seriamente. Entonces él empezó a moverse y en seguida encontró trabajo, pero la decisión estaba igualmente tomada. Al ver que su mujer continuaba firme en lo que había decidido, dejó el trabajo cuando aún no hacía una semana que había empezado a trabajar. Empezó a decirle a su mujer que ella tenía un amante y por eso quería dejarlo.
Como aquella provocación tampoco surgía el efecto deseado, empezó a publicar anuncios e imágenes pudorosas de su mujer diciendo que necesitaba un hombre. Mientras tanto, él conoció a otra mujer en un chat con la que inició una relación, quizá para utilizar los celos o hacer creer que aún era un hombre deseable, pero tampoco surtía efecto. Después empezó a amenazarla que iba a suicidarse. Así un día, al volver de trabajar, le vio tirada en medio del corredor de casa, en el lado de una botella de alcohol y unas pastillas. Ella no le hizo caso. Cuando se le pasaron los efectos de la "cogorza", él volvió en sí. La mujer le presentó los papeles del divorcio que él no quiso firmar. Lo tuvieron que hacer ante un abogado unos días después, dándole un corto período de tiempo para dejar la casa. No se preocupó ni en buscar un lugar donde vivir, y no paraba de decirle a su mujer que se iba bajo del puente o que haría una locura con la que ella debería cargar siempre. Después continuó yendo a la casa cuando la mujer y los hijos no estaban para enchufar el ordenador. La situación era cada vez menos sostenible. Tuvieron que cambiar la cerradura.
Un día acabaron ingresándolo en el hospital por un intento de suicidio, pero los especialistas confirmaron que no había ningún tipo de depresión y sólo quería llamar la atención de su ex-mujer. Por el momento deambula por las calles sin afeitarse ni ducharse.
Por suerte no acabó siendo un caso más de violencia de género en la que la mujer acaba muerta, pero es un caso de maltrato psicológico como muchos otros que habrá al mundo y que pasan desapercibidos.
¿Porqué actuamos así las personas?. ¿No es mejor intentar agradar al otro o ayudarse mutuamente que tratar de doblegarlo, manipularlo o forzarlo?. Parece claro que a nivel de relaciones humanas aún tenemos mucho que aprender y corregir, porque a menudo están basadas en miedos, debilidades, inseguridades, acomodamientos, desconfianza, incomunicación...